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Refugiados : la catástrofe siria fuera de sus fronteras

lundi 1er juin 2015   |   Eva Moure
Lecture .

En marzo se cumplieron 4 años del inicio de la guerra de Siria. Lo que empezó siendo una protesta inspirada en la Primavera Árabe, que en 2011 se expandía por Egipto y Túnez, se ha acabado convirtiendo en una de las guerras más cruentas de las últimas décadas. La multiplicidad de actores armados y la complejidad del conflicto han ido en aumento y la historia de las personas más vulnerables ha quedado prácticamente eclipsada por las brutalidades difundidas por la Organización Estado Islámico, y por los medios de comunicación occidentales que reaccionan a sus golpes de efecto con fascinado horror. En Siria han muerto ya más de 200.000 personas y se calcula que actualmente hay alrededor de 4 millones de refugiados en países de la región, como Líbano o Jordania, que con la llegada de refugiados sirios han aumentado su población de tal modo que están llegando al límite de su capacidad. Además de las personas que han buscado refugio en otros países, hay cerca de 7,5 millones de desplazados dentro de las fronteras sirias, viviendo una situación desesperada. Aunque algunas organizaciones humanitarias continúan trabajando dentro de Siria, las dificultades que enfrentan son extremas y la situación de la población sigue empeorando.

La familia de Abu Hussein abandonó su casa en la ciudad de Daraa en julio de 2013. Le consta que la casa aún se mantiene en pie, no ha sido destruida. Otras familias huyeron de la ciudad porque se habían quedado sin techo pero Abu Hussein y su mujer salieron porque necesitaban algo urgente, algo que abundaba en las calles de las ciudades sirias pero que no había manera de conseguir para su uso médico : sangre. Su hija Shahaad, afectada de talasemia(1), una enfermedad que afecta a los glóbulos rojos, necesitaba transfusiones. Y en Siria ya no era posible conseguir bolsas de sangre en los hospitales. “No quiero perder a otro hijo”, dice Abu Hussein. La enfermedad hereditaria ya acabó con la vida de uno de ellos hace pocos años. 

Abu Hussein nos recibe en la tienda de campaña donde vive ahora con su familia en el campo de refugiados de Zaatari, en Jordania. Desde que salieron de Siria hasta septiembre del año pasado, Shahaad, de 8 años, estuvo recibiendo atención sanitaria especializada y gratuita fuera del campamento. Pero en septiembre de 2014, el Gobierno jordano decidió cortar el servicio sanitario gratuito para los refugiados. Colapsado por el alud de refugiados que ha ido llegando a Jordania desde el inicio de la guerra siria, el Gobierno ha empezado a tomar una serie de medidas para preservar sus limitados recursos, que al mismo tiempo están agravando la situación de una población extremadamente vulnerable. El caso de la familia de Abu Hussein ilustra algunas de las terribles consecuencias indirectas de la guerra. Jordania también ha impuesto mayores restricciones en las fronteras debido a la creciente inestabilidad en la zona. Aun así, sigue llegando gente. Si es necesario, poniendo su vida en manos de alguien que, a cambio de dinero, los cruza a otro país, asumiendo un nuevo peligro.

De los 4 millones de refugiados sirios que han buscado protección en los países de la región, como Líbano o Turquía, Jordania acoge alrededor de 620.000 (2), de los cuales el 80% vive fuera de los campos de refugiados, en pisos de alquiler en la zona este de la capital, Ammán, más barata. La presión demográfica sobre la ciudad ha supuesto un aumento en el precio de los alquileres en esta zona, una de las quejas de la población jordana, una sociedad dividida entre quienes están a favor de los refugiados, o más bien aceptan la situación por cuestiones humanitarias, y quienes están en contra por el perjuicio que la sobrepoblación está ocasionando sobre sus vidas cotidianas. En un país con recursos naturales limitados, como el agua, aumentar un 10% su población en 4 años es una presión extra muy fuerte. En paralelo, los refugiados sirios, sin autorización oficial para trabajar, dependen de la ayuda humanitaria y de los ahorros que han podido traer consigo, que menguan de forma proporcional al aumento de precios. 

Abu Jibran y Salma viven en un piso de alquiler con sus hijos y nietos en la capital de Jordania, Ammán, desde hace casi dos años. La huida de Damasco fue muy difícil, cada miembro de la familia escapó por su lado y no consiguieron reencontrarse hasta 8 meses después. En una casualidad cinematográfica, los dos hijos varones llegaron a la frontera justo al mismo tiempo, se encontraron las miradas y cruzaron juntos a Jordania. En Siria les iba bien. Vivían en una casa cuidadosamente decorada por el padre y por uno de los hijos : se dedicaban a ello profesionalmente. Otro de los hijos trabajaba como informático, la hija estudiaba sociología. Desde que dejaron Damasco, ningún miembro de la familia trabaja y el dinero se está acabando. Abu Jibran está enfermo del corazón y debería estar ingresado aunque su actual situación económica no se lo permite. Salma nos cuenta que necesitan salir de Jordania. Lleva varios días recorriendo las embajadas de diferentes países europeos, entre ellos España, para conseguir un visado que les permita empezar una nueva vida. Con la ayuda de su hermano, que vive en Alemania desde hace años, esperan conseguirlo. Se aferran a esa posibilidad con una ansiedad desesperante. Las fotos que muestran en sus teléfonos móviles son fantasmas del pasado : una casa que ya no existe, personas que ya no están. La concisa descripción del hijo menor al enseñar las fotos de sus amigos resume lo que está pasando en su país : “All dead” (Todos muertos).

La de Abu Jibran es una de las familias que formaban parte de la clase media urbana siria y que ahora viven refugiadas en Ammán, con sensación de estar atrapadas en una situación que va empeorando a medida que los países de acogida están llegando al límite de sus posibilidades. Si no consiguen instalarse en Europa, la familia no descarta, a pesar de lo que eso implica, regresar a Siria. 

 

Zaatari : un campo de refugiados en medio del desierto

En Jordania, también hay refugiados sirios en campos de refugiados. El de Zaatari se ha convertido, en apenas tres años, en el segundo campo de refugiados más grande del mundo. Un campamento que surgió como algo temporal en medio del desierto, a apenas 10 kilómetros de la frontera siria, ha ido creciendo a tal velocidad que en estos momentos se considera la cuarta ciudad de Jordania, con más de 85.000 habitantes que viven en tiendas de lona o en caravanas metálicas. Gracias a la ayuda humanitaria internacional, de la que depende totalmente, Zaatari cuenta actualmente con hospitales, escuelas, suministro de agua y electricidad, entre otros servicios. El campo está coordinado por Naciones Unidas y cada agencia humanitaria se ocupa de una especialidad. Por ejemplo, Oxfam está especializada en agua y saneamiento, Unicef se encarga de gestionar las escuelas dentro del campo y Médicos sin Fronteras un hospital, entre otras organizaciones. La mayoría de los refugiados de Zaatari procede de Daraa, la ciudad siria donde en 2011 empezaron las protestas contra el régimen de Bashar al-Assad que acabaron explotando en una guerra inesperada.

A Zaatari la gente llegaba con la idea de buscar un lugar seguro temporal, para regresar en cuanto las cosas estuviesen mejor. Sin embargo, la temporalidad se ha ido dilatando y lo que parecía un lugar de paso se está cimentando. Duele pensar que pueda ocurrir algo similar a lo que vivieron los palestinos confinados en campos de refugiados donde, décadas después, continúan varados y donde nacen y crecen nuevas generaciones descendientes de aquellas huidas. Quizás una de las muestras de que en Zaatari la vida sigue pero también de que la temporalidad ya no lo es tanto, son los más de 3.000 pequeños negocios que han ido surgiendo dentro del propio recinto, tiendas construidas con chapa metálica en las que se puede encontrar casi todo lo imaginable : panaderías, ferreterías, perfumerías, barberías, tiendas de bicicletas… una sucesión de puntos de venta que dan empleo a muchas familias. Ya que no es posible conseguir trabajo fuera del campo, los habitantes de Zaatari se han ido organizando para ser autosuficientes y conseguir ingresos propios ajenos a la ayuda humanitaria a través de un sistema de compraventa, de una red de contactos fuera y dentro de las fronteras sirias. Así es como Abu Omar consiguió vender su coche en Daara y montar una tienda de falafel con el dinero de la venta. Su negocio da trabajo a 5 familias. Sin embargo, Abu Omar repite varias veces : sí, les va bien, pero están en un campo de refugiados. Se sienten encerrados, pueden salir pero necesitan un permiso. Y eso está siempre presente. Cuando llegaron en diciembre de 2012, la situación en el campo era muy difícil, cada día llegaban miles de personas desesperadas y sin nada, todo era muy precario. La familia recibió de Naciones Unidas dos tiendas de campaña donde instalarse con sus hijas. “Los primeros días tenía la esperanza de volver. Pero a los 6 meses me di cuenta de que no sería así”. El invierno de 2013 fue muy duro. El clima del desierto, extremo tanto en invierno como en verano, pone las cosas aún más difíciles. “Se nos inundó la tienda, hacía mucho frío”. Pasar de una tienda de lona a una caravana es un salto cualitativo gigantesco en un campo de refugiados : aíslan mejor, pueden tener un baño dentro, los niños están en un espacio más contenido y no corretean por la calle. Abu Omar insiste en que su situación no refleja la de la mayoría : “Aquí hay mucha necesidad”. Con dar una vuelta por el campo, el comentario se hace evidente.

El ansia de volver a casa es permanente pero, aunque la guerra acabase hoy, según Carlos Afonso, representante de ECHO (Oficina de la Comisión Europea de Ayuda Humanitaria) en Jordania, los refugiados tardarían entre 5 y 8 años en poder regresar a un país devastado. Según Afonso, las necesidades de este colectivo son cada vez mayores y a pesar del peligro que supone, muchas personas están regresando a Siria por el deterioro de la situación en Jordania. Con el paso del tiempo, además, están perdiendo la esperanza. O más bien la ponen en la próxima generación : la máxima preocupación son sus hijos.

Mientras, el presidente sirio Bashar al-Assad sigue en su bastión desde que en el año 2000 sucedió a su padre, asumiendo el liderazgo del Partido Baath Árabe Socialista, que dirige el país con mano de hierro desde 1971. Al Assad lleva 15 años ejerciendo su mandato apoyado por Irán y por la organización libanesa Hezbolá. El común denominador entre los tres (Siria, Irán, Hezbolá) es que son chiítas, una rama del Islam minoritaria que ha ido recrudeciendo su enfrentamiento con la mayoría suní, representada por Irak, Egipto y Jordania y que cuenta con Arabia Saudí como potencia y a Estados Unidos como amigo occidental. Entre estos dos bandos, Estado Islámico es el último actor que ha entrado en el conflicto y ha desestabilizado, aún más, el país y la región.

El país con más refugiados

La situación empeora en Líbano, actualmente, el país con mayor número de refugiados per cápita del mundo. A los refugiados palestinos e iraquíes que ya estaban, se suma ahora más de 1 millón de personas que han huido de Siria. Líbano, generoso como pocos a la hora de recibir refugiados, está al borde del colapso : 1 de cada 5 habitantes es refugiado. Por este motivo, el Gobierno libanés ha puesto restricciones muy duras en las fronteras.

A diferencia de otros países, el Líbano no tiene campos de refugiados oficiales, así que las personas que llegan huyendo de la guerra se dispersan por el territorio libanés y se instalan donde pueden, bien en las ciudades, donde se ven obligadas a pagar alquiler por una vivienda, bien en zonas rurales como el Valle del Beqqa, donde años atrás muchos sirios trabajaban como jornaleros. En estos precarios asentamientos, los refugiados buscan cobijo en tiendas construidas con lona y plástico. Para las organizaciones humanitarias, que los refugiados estén dispersos supone una dificultad añadida.

Faya Salmo llegó al Líbano con sus tres hijos y su marido en 2012. Se instalaron en un asentamiento al norte del país, donde los refugiados que van llegando se construyen una vivienda con lo que encuentran en los alrededores, troncos de madera y lona de plástico generalmente. El marido de Faya trabajaba como taxista en la ciudad de Hasaka, en Siria, y ahora hace de repartidor de material industrial para una fábrica. Trabaja de forma esporádica ilegalmente porque los refugiados no tienen autorización oficial para hacerlo. “Yo puedo soportar estas condiciones de vida, pero no quiero esto para mis hijos”, afirma Faya. Su preocupación es que los niños puedan seguir asistiendo a la escuela, que queda a 15 kilómetros de distancia. Pero ahora no se pueden permitir el transporte. Como ellos, las familias instaladas en los asentamientos, que además pagan por el alquiler del terreno que ocupan (alrededor de 100 dólares mensuales), dependen en estos momentos de la ayuda humanitaria. Cuando aparecen recién llegados de Siria, la familia de Faya ofrece el alquiler de una habitación de su precaria vivienda para alojarles durante unos días y, de paso, conseguir un ingreso extra.

Las historias de Faya, de Abu Omar, de Salma, de Abu Jibran se multiplican hasta alcanzar los 4 millones, una cifra que, lejos de estancarse, sigue creciendo. De la población siria que se ha quedado dentro del país, 7,5 millones de personas (3) se han visto obligadas a desplazarse de su ciudad de origen en busca de zonas más seguras : la mitad de un país fuera de lugar, dentro o fuera de sus lastimadas fronteras. Y su situación no tiene visos de solución a corto plazo.

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NOTAS :

(1) La talasemia es un trastorno de la sangre hereditario que se ocasiona porque los glóbulos rojos de una persona con esta enfermedad no producen una cantidad suficiente de una proteína importante llamada hemoglobina

(2) Fuente : UNHCR (Agencia de la ONU para los Refugiados).

(3) Ídem.





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