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Espejismos de la “vuelta al crecimiento”

Lunes 8 de febrero de 2010   |   Bernard Cassen
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Las tasas oficiales del desempleo, en casi todo el mundo, no dan cuenta verdaderamente de su realidad social, porque los modos de mantener bajo control las estadísticas son muy numerosos (y variables, según los países). Incluso ateniéndose a los datos oficiales, la situación es sumamente preocupante en Estados Unidos y en Europa, donde el número de desocupados no cesa de aumentar. En 2009, se destruyeron 4,6 millones de puestos de trabajo al otro lado del Atlántico, donde los desempleados representan el 10% de la población activa. Exactamente el mismo porcentaje que en la eurozona, donde este promedio esconde, no obstante, diferencias relevantes entre países: 19,4 % en España, 10% en Francia, 8,3 % en Italia, etc.

Para salir de la crisis, los gobiernos invocan sin cesar el “retorno al crecimiento”. Se aferran a esto como a un salvavidas, para disimular el bajo nivel del empleo, indicador mucho más importante, sin embargo, para la cohesión de las sociedades. De hecho, se encuentran perplejos ante tres callejones sin salida.

El primero es la consecuencia del fin de los planes de reactivación, programado a corto o medio plazo. Ahora que, gracias al dinero de los contribuyentes, el sistema financiero parece salvado, y que los banqueros nuevamente se reparten bonos en forma masiva, habrá que decidir si se sigue o no inyectando capital público en la economía. En el seno de la Unión Europea (UE), los Gobiernos se ven presionados por la Comisión de Bruselas y el Banco Central Europeo para regresar rápidamente a los criterios de Maastricht (un máximo del 3% del déficit presupuestario). Si toman este camino, se producirá, por efecto mecánico, una nueva caída del empleo, particularmente en ciertos sectores (como el del automóvil) hoy en día alimentados artificialmente por medio de subvenciones directas o indirectas.

El segundo callejón sin salida radica en la factura a pagar por reequilibrar las cuentas públicas. En el rubro “ganancias”, hay que prepararse para un aumento de los impuestos –del cual quedarán eximidos los privilegiados, según muestra la experiencia–, y por ende, a un descenso del consumo popular que impedirá la creación de empleos. Para el rubro “gastos”, los claros recortes anunciados en los presupuestos sociales y la reducción del funcionariado desembocarán en idéntico resultado. Los cimientos del sistema capitalista se habrán salvado posiblemente, pero a costa del empobrecimiento de la mayoría de los ciudadanos.

Tercer callejón sin salida: una contradicción. Los gobiernos razonan en términos de “crecimiento” a la antigua, mientras que, por otra parte, se comprometen con la reducción de los gases de efecto invernadero (un 20% en el horizonte de 2020 para la UE) que debería conllevar profundas mutaciones en el aparato productivo. Mucho se habla, en el discurso político, de “crecimiento verde”, sin que se sepa lo que eso significa concretamente. Suponiendo que esta expresión tenga sentido, la transición de un modo de producción a otro será dolorosa. Además, si extrapolamos las tendencias actuales, se puede perfectamente concebir un crecimiento de la producción sin crecimiento del empleo.

Los gobiernos y las clases dirigentes apuestan por un rápido regreso al “business as usual” esforzándose por contener las consecuencias de la opresión social engendrada por un sistema en quiebra. La idea de que haya que replantear las propias bases de este sistema ni siquiera les pasa por la cabeza. ¿Qué precio habrá que pagar para que se produzca por fin esa desgarradora toma de conciencia? 

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