Más allá de los resultados que obtenga el movimiento estudiantil, los cambios ya están aquí y vinieron para quedarse. En pocos meses ha hecho un rápido aprendizaje, se sabe dónde poner la fuerza porque ha identificado la médula de las contradicciones que aprisionan a un gobierno de derecha, que pone su ideología por delante.
Desde hace más de cinco meses, todas las reivindicaciones sectoriales del movimiento estudiantil se han ido articulando a través de un eje central: la desigualdad que impera en Chile. La desigualdad entendida como una perpetuación de ésta, ha sido el foco que nos permitió hacer emerger el descontento que ha estado latente en amplios sectores de la sociedad y que no se expresaba en forma abierta, debido a un autocomplaciente discurso de las autoridades de gobierno.
Una vez instaladas las demandas sectoriales ancladas en la idea de que éstas son justas porque hay una perpetuación de las desigualdades, el proceso comenzó a profundizarse y fuimos de a poco entrando –junto a la ciudadanía- en los problemas de fondo. Al inicio, no era llegar y plantear el debate constitucional porque no iba a ser comprendido; ello requería un proceso de aprendizaje –de la sociedad en general y de nosotros en particular- que es, tal vez, nuestro mayor éxito.
Desde nuestra demanda y discurso inicial de acceso a la educación, financiamiento y de democratización, hemos llegado a la formulación -a través de este proceso- de una clara demanda ciudadana por los cambios constitucionales. En este caminar han salido a la luz las contradicciones del sistema político chileno, sus limitaciones e incapacidades, así como el potencial que tiene este movimiento y los jóvenes para cambiar todo esto. Ha sido un proceso intenso y no exento de problemas, pero tremendamente esclarecedor.
Esta demanda cayó en terreno fértil. Cuando emergió la “Revolución pingüina” había un gobierno de la Concertación que, aunque administraba el mismo modelo, tenía una sintonía y un lenguaje que le permitió neutralizar y administrar ese movimiento y el descontento. Ahora hemos llegado al meollo de las contradicciones porque hay un gobierno que no tiene ni sintonía ni frecuencia para dialogar con esa ciudadanía; es más, es un gobierno que se muestra orgulloso de lo que piensa y es duro en esa postura ideológica, lo cual es lógico ya que son los creadores intelectuales del actual modelo.
Las culpas
Durante la Concertación era fácil que los gobernantes y autoridades culparan al sistema político, a la obstrucción opositora de derecha que no daba los votos para las reformas y usaba ese argumento para descomprimir la presión social, al tiempo que ocultaba su falta de convicción y coraje para impulsar cambios fuera del marco de “la política de los consensos”. Hoy, el gobierno no tiene a quién culpar, porque además concentra todo el poder. Eso permite que la presión social se concentre en un mismo punto: en la desigualdad del sistema. Eso hace que el movimiento sea más ambicioso, menos sectorial y más político, desde el punto de vista de que las demandas se hacen transversales.
Las reformas que levanta el movimiento estudiantil suponen, necesariamente, más y mejor democracia. Ya lo vimos el 4 de agosto pasado, cuando estábamos planteando una reforma tributaria para obtener los recursos que financien las demandas que postulamos o cuando, entre otras cosas, explorábamos la idea de un plebiscito para que participe la ciudadanía en las decisiones; la respuesta del gobierno fue la represión. Ese día llegamos a la médula de la contradicción del sistema. Esto nos lleva a hacernos cargo de las transformaciones más profundas que necesita Chile. Los jóvenes tenemos que proyectar este movimiento en el mediano y largo plazo y, por tanto, hacernos partícipes de esta construcción de sociedad, lo que nos llevará necesariamente a participar en los distintos procesos políticos que se avecinan. Esto requiere más democracia y participación.
Esta demanda por más y mejor democracia ha ido creciendo y es compartida ampliamente, tanto en el movimiento estudiantil como en otros movimientos sociales y la ciudadanía. El alto apoyo a las demandas y a la movilización de los estudiantes por la educación pública incluye, muy probablemente, el reclamo por el cambio del sistema electoral y el fin del binominalismo [1]. Eso abre un amplio espacio de convergencia democrática. Esta institucionalidad no da el ancho, es una camisa de fuerza, y la ciudadanía cree que la clase política ya no responde a los intereses de la gente, por eso nuestra demanda está calzando con la ciudadanía y hace patente la necesidad de quitarse dicha camisa.
Tenemos la voluntad política de allegar la fuerza necesaria para estos cambios y para que este movimiento no pase a la historia como uno más. Nuestro sentido estratégico ha puesto en evidencia el desmoronamiento de las actuales alianzas políticas, la del gobierno y la oposición política. Eso abre el espacio para que entre nuestro proyecto, quizás no para ocupar el mismo espacio, pero sí para reordenarlo.
La rapidez de los tiempos
Si en los 60 la reforma universitaria demoró años, hoy los tiempos son más veloces y hacen que los cambios profundos sean más rápidos, de hecho ya están sucediendo. Se está rompiendo la frontera de lo posible, se está desplazando. Y los sentidos comunes están cambiando. El individualismo -“yo trabajo para darle educación a mis hijos y pago por ello”, como decía mucha gente- ha dado paso a nociones más colectivas, donde se constituye una mayoría social que busca que haya educación de calidad para todos, donde el Estado y “lo público” -que en estos tiempos es de nadie- vuelve a ser de todos. Este es el principal giro y eso desembocará, necesariamente, en mayor participación política. Esto comenzará a verse reflejado en las demandas que hará la ciudadanía a las autoridades, incluso locales, y a los candidatos al momento que hagan sus “ofertas”, eso es lo que viene. Porque este punto de inflexión que hemos vivido ha dejado a la democracia más viva que nunca. La gente está participando.
En el propio movimiento estudiantil y en sus instancias de decisión hemos crecido en madurez, y pese a las diferencias y discrepancias que a veces se hacen notorias, hay diversidad en un proyecto común, donde prima el colectivo por sobre las posturas individuales o de grupo. Esa es una garantía para lo que hemos dicho, hecho y esperemos que para lo que viene. No se ve cómo esto puede ser detenido, aunque tome tiempo los cambios ya han comenzado. El atrincheramiento del gobierno, en defensa de sus principios ideológicos, sólo genera más descontento y malestar en la ciudadanía, lo que no dejará de manifestarse en los conflictos que vengan, en las coyunturas políticas que se abran, e incluso en los procesos electorales.
Esta movilización, con la derecha al frente, que es como la lucha de David contra Goliat, ha generado unidad en la diversidad, ha impuesto el sentido colectivo del movimiento y su independencia, y eso ya es casi imposible de ser frenado.