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HISTORIA DE UN MONSTRUO ESPAÑOL

Vallejo-Nájera, el “médico loco” del franquismo

lundi 14 janvier 2013   |   Antonio Palerm
Lecture .

Los nazis tuvieron sus terroríficos “médicos locos”, como Josef Mengele, que no dudaron en hacer experimentos abominables con prisioneros –incluso niños– en los campos de exterminio. En España, el franquismo también tuvo el suyo. Se llamaba Antonio Vallejo-Nájera, un psiquiatra militar que torturó a miles de prisioneros republicanos (mujeres y hombres) para tratar de extirparles el “gen rojo” que degradaba, según él, la pureza de la raza española. Cientos de niñas y niños fueron arrancados a sus padres republicanos porque este “médico loco” pensaba que el marxismo era una enfermedad mental propia de personas “intelectualmente débiles, moralmente despreciables”. Y porque el “gen rojo”, además de ser transmisible a los descendientes, era contagioso…

Antonio Vallejo-Nájera no actuaba como un monstruo las veinticuatro horas del día. Sus nietas, por ejemplo, al referirse a él, dicen en Google : “En casa, era muy cariñoso”. No hay por qué dudar de ello. Planteadas así las cosas : ¿quién duda de los merecimientos hechos por Antonio Vallejo-Nájera para ser merecedor de este afectuoso epíteto ?

En la trilogía Tu rostro mañana, del novelista Javier Marías, el protagonista Jacobo Deza, al iniciar su relato dice : “No debería uno contar nunca nada, ni dar datos, ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido”. Sin embargo, Jacobo Deza no puede detener el flujo de palabras que le desborda, y su boca, largos años cerrada y de pronto abierta, sin que la aceche el desmayo, cae en la trampa y dice todo lo que debiera callar. ¿Consecuencias ? Mil quinientas páginas en el caso de Deza, porque a veces basta con engarzar una sola frase para obviar los anhelos de la voluntad hasta darte de bruces en los del discurso. Por eso, apenas entreabierta la boca, ya no estamos en manos del callar sino que asistimos, como diría Cervantes, a la transformación del hato en garabato.

La Transición española (1975-1978), al hacer tabla rasa del pasado, dejó múltiples secuelas del mencionado olvido. No sólo los monstruos no fueron perseguidos por la justicia ni por la historia, sino que su nombre, a día de hoy, ya no se asocia a la realidad de su biografía. La Constitución de 1978 les ha privado del estigma de la ilegalidad, de tal modo que, en España, no es necesario efectuar equilibrios tácticos, como los realizados por los nazis en su postguerra, para subsistir. Aquí no hubo Juicios de Nuremberg, y nunca los criminales de guerra precisaron cambiar de nombre. Su mención apenas despierta la indignación de unas pocas voces que, pronto, son acalladas. Aquello que no es juzgado, no sólo no es tratado de ilegal, sino que permanece indeleble.

Un breve resumen de su vida nos advierte que Antonio Vallejo-Nájera Lobón nació en Paredes de Nava, Palencia, en 1889, y murió en Madrid en febrero de 1962. Entremedias, efectuó estudios de psiquiatría en el manicomio de Valladolid ; se licenció en 1909, y apenas dos meses después de finalizar su formación ingresó en el Cuerpo de Sanidad militar. En 1911, es condecorado con la medalla de oro de la Cruz Roja por su “heroico comportamiento” durante una epidemia de fiebre tifoidea en Gijón. En 1912, recibe la Cruz de María Cristina por su participación, desde su destino en Larache (Marruecos), en maniobras militares.

Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), se halla adscrito a la Comisión Militar de la embajada de España en Berlín, donde la índole de su servicio le permite inspeccionar las concentraciones de prisioneros y visitar los manicomios y hospitales de Alemania así como conocer a muchos médicos alemanes, entre ellos a Emil Kraepelin y Hans Walter Grühle. Se distingue en su servicio de protección a los prisioneros aliados, siendo recompensado por el Gobierno francés con la medalla de la Reconnaissance, y por el rey de Bélgica con la Orden de la Corona.

Terminadas la Gran Guerra y la evacuación de prisioneros, Vallejo-Nájera se instala un tiempo en Barcelona, donde se ocupa de las sociedades de Higiene, de heridos de guerra y de “enfermedades simuladas”, para después ser destinado a Madrid, como profesor auxiliar del Instituto de la Encarnación. En 1922 es nombrado comandante-médico y ayudante de campo del jefe de la Sección del Ministerio de la Guerra, y en 1929 se le nombra médico consultor y jefe de sección del Sanatorio psiquiátrico de San José en Ciempozuelos, donde realiza trabajos sobre la psicología de las neuronas y de la simulación.

Hasta entonces, la vida profesional del coronel Vallejo-Nájera, afecto al nazismo, ha sido relativamente ordinaria. El “monstruo” en él irrumpe durante la II República (1931-1939), impulsado por un profundo y frenético anti-marxismo. La Guerra Civil española (1936-1939) le permite expresar, por fin, bajo pretextos pseudocientíficos, sus tesis represivas delirantes. El Estado Mayor franquista le confía la dirección de los Servicios Psiquiátricos del Ejército Nacional y Vallejo-Nájera escribe sus primeros textos sobre la “degeneración de la raza española”, acaecida –según él– durante la II República.

Profundo admirador del nazismo alemán, el psiquiatra militar convence al general Francisco Franco sobre la necesidad de crear un Gabinete de Investigación Psicológica del Ejército, a semejanza de la Ahnenerbe nazi (acrónimo del Instituto de Investigación y Estudio de la Herencia Ancestral Alemana creado, en 1935, por Heinrich Himmler para demostrar su teoría de que el marxismo es una “tara mental”). Vallejo-Nájera expresa los resultados de sus “investigaciones” en libros como : La locura y la raza ; Psicopatología de la guerra española o Eugenesia de la Hispanidad, y Regeneración de la Raza. En este último libro, define las características de la “raza hispánica” como “su masculinismo, su disciplina, su canto a la fuerza, su nacionalismo sublime y su profundo catolicismo” (1).

En 1938, Vallejo-Nájera dirige un estudio sobre los prisioneros de guerra republicanos, para determinar qué tipo de malformación mental conlleva el marxismo. Es decir, emprende la búsqueda de lo que denomina el “gen rojo”. Para llevarlo a cabo, utiliza cinco diferentes grupos humanos (2) : el primero formado por 297 prisioneros miembros de las Brigadas Internacionales, que son ­conducidos al monasterio abandonado de San Pedro de la Cardeña, Burgos (campo visitado por miembros de la Gestapo que toman medidas antropométricas e interrogan a los prisioneros) ; otro compuesto por 50 mujeres, presas políticas recluidas en Málaga ; el tercero está constituido por presos españoles procesados por cuestiones políticas ; el cuarto por “separatistas vascos” ; y el quinto por “marxistas catalanes”.

Con todos ellos, el coronel Vallejo-Nájera experimenta un programa de reeducación política cuyo objetivo consiste en “rehabilitar” a estos presos para que puedan ser enrolados en las filas del ejército franquista. Finalmente lo descarta al comprobar que, “como entes infrahumanos que son”, ni siquiera responden a un tratamiento rehabilitador. Al fin, el trabajo de rehabilitación se limita a obligar a los prisioneros a desfilar, a entonar himnos franquistas y a participar en un cursillo religioso de seis semanas que ningún prisionero consigue superar, por lo que se repite continuamente durante todo el periodo de cautiverio.

Respecto del grupo de Brigadistas Internacionales, Vallejo-Nájera, en su libro Biopsiquismo del fanatismo marxista, escribe : “Los marxistas aspiran al comunismo y a la igualdad de clases a causa de su inferioridad, de la que seguramente tienen conciencia, y por ello se consideran incapaces de prosperar mediante el trabajo y el esfuerzo personal. Si quieren la igualdad de clases no es por el afán de superarse, sino de que desciendan a su nivel aquellos que poseen un puesto social destacado, sea adquirido o heredado”.

Del examen de la cincuentena de reclusas malagueñas (33 condenadas a muerte y 10 a cadena perpetua), concluye : “Nuestras investigaciones psicológicas en marxistas femeninas delincuentes nos permiten comprender que se trata de libertarias congénitas las cuales, impulsadas por sus tendencias biopsíquicas constitucionales, despliegan un intenso dinamismo cuando se suman a la horda roja masculina.

 Para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista, recuérdese su característica debilidad respecto del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, y la inseguridad del control sobre la personalidad. Cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer, se despierta en el sexo femenino un instinto de crueldad que rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas, una característica de la crueldad femenina que no queda satisfecha con la ejecución del crimen, sino que aumenta durante su comisión. Además, en las revueltas políticas tienen la ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes.

Una vez probado que ser marxista es una enfermedad cerebral, se hace necesario separar el grano de la paja, quitándoles sus hijos a los débiles mentales, porque si militan en el marxismo, de preferencia, psicópatas antisociales, la segregación total de esos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible”.

En otras páginas del mismo libro, el coronel Vallejo-Nájera recalca : “La inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política, o desafectos”. Critica “la perversidad de los regímenes democráticos, favorecedores del resentimiento que promociona a los fracasados sociales con políticas públicas, a diferencia de lo que sucede con los ­regímenes aristocráticos, donde sólo triunfan los mejores”. Y llega a la conclusión de que “hay revolucionarios natos cuyas tendencias instintivas les llevan a pretender trastocar el orden social”.

Durante la postguerra, Antonio Vallejo Nájera se convierte en una de las figuras emblemáticas de la represión franquista, caracterizada por su intento de revestir la represión con un manto pseudocientífico. En los años 1940 y 1941, se publican, en el Boletín Oficial del Estado, unas leyes que otorgan libertad al psiquiatra para llevar a cabo sus experimentos. Variados conceptos de salud o de enfermedad mental que se desarrollan durante la dictadura franquista tienen su firma. Al tiempo que ciertos psiquiatras excepcionales como Bartolomé Llopis (1905-1966), cuya clarividencia a día de hoy nadie pone en duda (3), sufren por razones políticas las represalias del régimen, otros obtienen los réditos que les supone su coincidencia con el pensamiento político triunfador. El Llopis de la postguerra se ve obligado a sobrevivir con los humildes oficios de telegrafista o de acomodador de cine, mientras el “pensamiento eugenista” del coronel Vallejo-Nájera es profusamente difundido.

 Las premisas de este “médico loco” parten siempre de un supuesto : el marxismo es una ­enfermedad mental propia de personas “intelectualmente débiles y moralmente despreciables”. Convencido de que el socialismo es contagioso y se contagia a quienes rodean al afectado, Vallejo-Nájera decide practicar entre éstos la eugenesia y el electroshock. Mediante su internamiento en granjas, posterior a la separación y pérdida de aquellos hijos que no están capacitados para tener, se podrá separar la paja del grano. Los poderes tutelares de los niños internados en el Auxilio Social le autorizan a cambiarles a éstos los apellidos.

Asimismo, a los poseedores del “gen rojo”, se les niega el registro de los nacimientos de sus hijos acaecidos en los penales, lo que permitirá su posterior distribución sea como hijos adoptados o como criados entre los vencedores del “Glorioso Alzamiento”.

Resulta curioso advertir que Vallejo-Nájera se permite juzgar no sólo el presente sino la misma historia, lo que le lleva a escribir y publicar un texto titulado Locos egregios (4), que consiste en la “confección de historias clínicas de personajes del pasado usando los conocimientos actuales”. Curiosamente, idéntica actitud adoptará –en años posteriores– su hijo, José Antonio Vallejo-Nájera, también psiquiatra, que recurrirá al mismo título utilizado por su padre (5) para proseguir la saga.

Lo insólito es que, transcurridos casi cuarenta años desde la muerte del dictador Franco, ninguna institución o Academia española considere entre sus competencias la acción de desenmascarar semejantes tropelías pseudocientíficas cometidas por un criminal de guerra. Se diría que, a nivel científico, a un franquismo sucede otro franquismo, con gran desparpajo. Prueba de ello, esta dedicatoria del libro publicado recientemente por la nieta del monstruo racista : “Con este libro rindo tributo a mi padre y a mi abuelo ; ambos médicos psiquiatras, escritores y excepcionales maestros en el arte de disfrutar aprendiendo y gozar enseñando. Continúo la serie de “Locos egregios” que iniciase mi abuelo Antonio y continuase mi padre José Antonio. Es, de alguna manera, el tercero de la saga escrito por un miembro de la tercera generación” (6). La existencia del “gen rojo” no se ha demostrado, pero parece que, en cambio, el “gen de médico loco” sí se transmite de padre a hijo y a nieta... 

(1) Léase Vicenç Navarro, “Las derechas españolas y el fascismo”, Le Monde diplomatique en español, julio de 2009.

(2) Eduard Pons Prades, Los niños republicanos, RBA, Barcelona, 2005.

(3) Léase, por ejemplo, Bartolomé Llopis, Introducción dialéctica a la psicopatología, Morata, Madrid, 1970.

(4) Antonio Vallejo-Nájera, Locos egregios, 1947.

(5) José Antonio Vallejo-Nájera, Locos egregios, Planeta, Barcelona, 1988

(6) Alejandra Vallejo-Nájera, Locos de la historia, La esfera de los libros, Madrid, 2006.





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