Daniel, de 16 años, vive en El Alto en las alturas de La Paz, en Bolivia. Desde hace diez años, su madre emigró a Buenos Aires, la capital argentina, para escapar de la inestabilidad del mercado laboral boliviano. Abandonado por su padre antes de nacer, Daniel vive con sus abuelos y con sus tíos maternos. Desde los 11 años trabaja dos veces a la semana junto a su tía, quien vende productos para el cuidado corporal en la Feria 16 de Julio, el mercado de venta a granel más importante de Sudamérica. Allí, desempaqueta y más tarde coloca la mercancía, ordena el puesto y negocia con los clientes.
“Los jueves muy temprano, a partir de las seis de la mañana, empiezo sacando todos los productos de las cajas –explica–. Después, voy a la escuela durante la mañana, a continuación vuelvo a ayudar a mi tía desde el inicio de la tarde y me quedo con ella hasta el final del día para vender y recoger. Los domingos es más sencillo porque trabajo con ella todo el día, sin interrupciones”. Daniel afirma que ese empleo regular no entorpece su escolaridad ni el tiempo que puede dedicar a sus deberes. Gana alrededor de veinte bolivianos (cerca de 2,50 euros) a la semana para sus gastos personales y considera esta actividad como un apoyo “normal” a su tía, que aceptó hacerse cargo de su educación tras la partida de su madre. Los 50 dólares (cerca de 43 euros) que esta última envía cada dos meses no son suficientes para cubrir todos los gastos de alimentación y de material escolar de su hijo. En Bolivia, no existe ningún dispositivo público de prestaciones para los niños que son abandonados o cuyos padres emigraron.
Elizabeth, de 16 años, vive en las colinas del barrio 12 de Noviembre de Pamplona Alta, un suburbio de Lima, la capital peruana (1). Su padre es obrero en el sector de la construcción y su madre cocinera en un comedor popular. Aquí, a pesar de los resultados macroeconómicos del país y de un crecimiento medio del 6,6% durante los últimos diez años, la pobreza apenas ha disminuido. Para esta familia con tres hijos originaria de la región andina de Puquio, la llegada a la periferia de Lima vino acompañada de una mejora en el nivel de vida : tienen un acceso más fácil a los servicios médicos (que siguen siendo caros), así como a un sistema escolar de mejor calidad que en el campo.
De todos modos, al igual que el 25% de trabajadores peruanos de las zonas urbanas sin empleo formal (2), los padres de Elizabeth no ganan lo suficiente para vivir dignamente. En este tipo de situación, al hijo mayor, chico o chica, le corresponde garantizar una parte importante de los gastos escolares (material, transporte) de sus hermanos y hermanas en detrimento de su propia escolarización. Así, Elizabeth trabaja todos los días como auxiliar a domicilio de una persona discapacitada de 94 años en el barrio acomodado de Las Casuarinas, muy cerca. Desde hace dos años le prepara la comida, limpia la casa, se ocupa de su higiene personal y le lava la ropa, nueve horas al día, de lunes a sábado, por un salario semanal de 120 soles (cerca de 35 euros). Elizabeth comparte esos ingresos con su madre, en parte para ayudar a que su hermana menor continúe su escolarización sin que tenga que trabajar.
Desde hace cerca de un año, Elizabeth abandonó el sistema escolar público para pasarse a una especie de centro educativo privado más básico que cuesta 40 soles (11 euros) al mes. Allí, las clases están concentradas en un solo día, el domingo. “He tenido que trabajar más para contribuir con los ingresos de mi familia –explica–. Los problemas económicos se han acentuado y necesitamos más dinero desde que mi padre ya no tiene un contrato estable”.
Bolivia y Perú son los dos países de Sudamérica que exhiben los índices más elevados de empleo de niños de 6 a 17 años : el 27,9% en el primer país y el 29,8% en el segundo ; el 64,9% y el 47% respectivamente en el entorno rural (3). Esto abarca situaciones tan diversas como la de una niña pequeña que ayuda a su abuela a vender fruta y verdura por la tarde para ganar dinero para sus gastos o la de un adolescente que limpia parabrisas en un cruce quince horas al día y se prostituye por la noche para cubrir las necesidades básicas de sus hermanos y hermanas. La actividad de los niños y adolescentes, que no necesariamente implica una remuneración pecuniaria, se concentra en la agricultura, la ganadería, la artesanía, el comercio o el empleo doméstico.
Ocurre que algunos ya no se matriculan en la escuela (una media del 6,4% en Perú entre 2005 y 2014 [4]) o abandonan antes de terminar sus estudios (el 5,7% en 2014 [5]), dado que el presupuesto del hogar se basa –al menos en gran parte– en su actividad. “Vivo con mi madre y con mis tres hermanos y hermanas menores –nos explica Cristián, de 13 años–. Como mi madre no puede trabajar, se queda en casa y se ocupa de mis hermanos. Yo salgo a vender caramelos por las calles de Lima todos los días desde por la mañana hasta por la noche. Lo que gano, se lo doy y eso le permite comprar para que comamos los cinco. Mi padre me abandonó cuando nací y mi madre no puede contar con el padre de mis hermanos y hermanas”.
Sin embargo, la actividad del niño no impide con mucha frecuencia su asiduidad escolar –tanto en Bolivia como en Perú, la escuela es obligatoria de los 6 a los 16 años y está concentrada en dos franjas horarias, por la mañana de 8.00 a 13.00 o por la tarde de 13.00 a 18.00–. Al contrario : dicha actividad suele estar legitimada por el hecho de que “haría posible” la escolarización, siempre percibida como el verdadero camino para salir de la miseria. Es el punto de vista que defiende Raquel, de 15 años, que todas las mañanas, de lunes a sábado, cuida a niños pequeños en el barrio periférico de Pamplona Baja, en Lima. “Para mí no es demasiado difícil trabajar y estudiar al mismo tiempo. Voy a la escuela por la tarde y, por la noche, ceno antes de hacer mis deberes. Preparo mis cosas y al día siguiente puedo cocinar y cuidar a los niños durante la mañana. Los estudios siguen siendo lo más importante para mí porque quiero tener una situación mejor que la de mis padres, que ni siguiera terminaron la escuela. Yo quiero progresar, tener un buen trabajo y así poder ayudar a mis padres más adelante”.
En contradicción con las convenciones internacionales, que prohíben el trabajo antes de los 14 años, el Parlamento boliviano aprobó el 2 de julio de 2014 un nuevo código de la infancia y la adolescencia que lo autoriza a partir de los 10 años. Aunque oficialmente se mantiene el límite de edad de 14 años, desde entonces el trabajo infantil es posible en casos presentados como “excepciones”, pero que, en realidad, son mayoritarios. Está autorizado a partir de los 10 años en el caso del trabajo “independiente” (entre otros, la venta ambulante y el lustrado de zapatos en la vía pública) y a partir de los 12 años en el del trabajo “dependiente” (por cuenta de un empleador en un negocio). La familia y la Defensoría de la Niñez y Adolescencia tienen que dar su consentimiento, y la actividad económica no debe perjudicar la escolarización ni el “derecho a la educación”. Este último consiste en la garantía de una enseñanza “de calidad (...), intracultural, intercultural y plurilingüe, que les permita su desarrollo integral (...), les prepare para el ejercicio de sus derechos y ciudadanía, (…) y les cualifique para el trabajo” (artículo 115).
La decisión refleja los debates que provoca la cuestión en los países andinos. Por un lado, sindicatos de niños y adolescentes trabajadores, surgidos del movimiento obrero de inspiración cristiana que se desarrolló en América Latina durante los años 1970, defienden su derecho a organizarse para garantizar su protección, su participación y su representación en la sociedad, según una visión de la infancia que no excluye el trabajo durante este periodo de la vida. Éstos intentan tener un papel influyente ante las instancias públicas en numerosos países (Perú, Bolivia, Colombia, Paraguay, etc.) a fin de obtener formaciones profesionales o una mejora en las condiciones laborales. Al asociar la crítica de la opresión económica que sufren con el reconocimiento de su derecho a trabajar, militan por el ejercicio de una actividad económica en condiciones dignas, que complemente su escolarización y la adquisición de competencias que les permitan escapar de la explotación. En definitiva, una especie de formación alterna.
Esta corriente de pensamiento, surgida de la teología de la liberación y de la educación popular (6), está encarnada en Perú por el Movimiento de Adolescentes y Niños Trabajadores, Hijos de Obreros Cristianos (MANTHOC), el primer sindicato de niños trabajadores del mundo, fundado en 1976, y en Bolivia por la Unión de Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores de Bolivia (UNATSBO). Estas organizaciones, cada una de ellas avalada por varias decenas de miles de miembros, adoptan la forma de movimientos sociales y reivindican el derecho de los niños a trabajar en nombre de su “implicación política” en la vida de la comunidad (7). Desde su punto de vista, su trabajo se justificaría por la especificidad “sociocultural” de los países andinos.
La Convención sobre los Derechos del Niño (CDE), adoptada en 1989, refleja otra visión de la situación. Su artículo 32 detalla : “Los Estados Partes reconocen el derecho del niño a estar protegido contra la explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpecer su educación, o que sea nocivo para su salud o para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social”. La prohibición del trabajo para los niños menores de 14 años fue legislada en la mayoría de las legislaciones nacionales de acuerdo con la Convención 138 de la Conferencia Internacional del Trabajo (CIT).
Las agencias de las Naciones Unidas, la mayoría de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y las instancias públicas nacionales (ministerios de Trabajo, de Desarrollo, de Educación) destacan la necesidad de poner en práctica las recomendaciones de la CDE y los efectos negativos del trabajo infantil, que perpetúa el círculo vicioso de la pobreza y provoca dificultades fundamentales para su escolarización. “El trabajo infantil es un aspecto de la pobreza mundial –resalta la CIT–. Cada día mueren 30.000 niños como resultado de la extrema pobreza. (...) Es a la vez un resultado de la pobreza y una manera de perpetuarla. Sobre todo en sus peores formas, el trabajo infantil deshumaniza a los niños, al reducirlos a un simple activo económico, lo cual a su vez genera un espiral de crecimiento de la población entre los países con menor capacidad para hacer frente a ese problema. (...) El trabajo infantil sigue siendo un obstáculo fundamental para hacer realidad el derecho de todos los niños a la educación y a la protección contra la violencia, los abusos y la explotación” (8).
Pero, para el Presidente boliviano, poco importa. Haciendo referencia a su propia historia, Evo Morales ha destacado los aspectos positivos del trabajo de los más jóvenes como vector de formación y de solidaridad en el seno de las familias. Según él, éste permitiría que los niños desarrollasen su “conciencia social”. Una forma de invitarlos a salir adelante por medio del trabajo y la iniciativa personal, es decir, de imponer una lógica individualista con perspectivas de emancipación. ¿No habríamos esperado más bien de un Gobierno que reivindica su misión “revolucionaria” que animara a los jóvenes a seguir formaciones políticas que combatan la pobreza de raíz, en lugar de llevarlos a creer que podrán mantenerla a raya renunciando a su infancia ?
NOTAS :
(1) Véase Elizabeth Rush, “Especulación inmobiliaria para los pobres de Lima”, Le Monde diplomatique en español, agosto de 2013.
(2) “Informe Anual del Empleo en el Perú”, Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo (MTPE) de Perú, Lima, 2012.
(3) “Encuesta Nacional de Trabajo Infantil en Bolivia”, Instituto Nacional de Estadística (INE), La Paz, 2008, y “Encuesta Nacional de Hogares”, Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), Lima, 2008.
(4) “Encuesta Nacional de Hogares”, op. cit. Índice bruto de no inscripción escolar de menores de 12 a 16 años.
(5) Sistema de Información de Apoyo a la Gestión de la Institución Educativa (SIAGIE), Ministerio de Educación de Perú, Lima, 2014.
(6) Alejandro Cussiánovich, Aprender la condición humana. Ensayo sobre pedagogía de la ternura, Ifejant, Lima, 2010.
(7) Jorge Domic Ruiz, “Niños trabajadores : paradigma de socialización”, Revista Ciencia y Cultura, n° 8, La Paz, 2000.
(8) “La eliminación del trabajo infantil : un objetivo a nuestro alcance”, Conferencia Internacional del Trabajo, Ginebra, 2006.