“Tienen miedo de que descubramos que podemos gobernarnos nosotros mismos”, declara la maestra Eloísa. Ya lo afirmaba en agosto de 2013 ante los cientos de simpatizantes que acudieron de México o del extranjero para aprender de la experiencia zapatista durante una activa semana de inmersión. Esta iniciativa, bautizada irónicamente como “Escuelita”, pretendía invertir el síndrome del evangelizador, a lo que antaño invitaba el antropólogo André Aubry : instruirse en contacto con cientos de campesinos mayas que diariamente practican el autogobierno. Al inaugurar con estas palabras la Escuelita de 2013, Eloísa recordaba entonces lo esencial, que sumerge a algunos observadores en la incredulidad : aunque modesta y no prosélita, la experiencia zapatista rompe, desde hace veintitrés años, con los principios seculares, y hoy en crisis, de la representación política, de la delegación de poder y de la separación entre gobernantes y gobernados, que son la base del Estado y de la democracia modernos.
Tiene lugar a una escala no desdeñable. A pesar de que no hay cifras exactas disponibles, se calcula que, en esta región de selvas y de montañas que abarca más de una tercera parte de la superficie del estado de Chiapas (28.000 km2, aproximadamente el tamaño de Bélgica), entre un 15% y un 35% de la población –de 100.000 a 250.000 personas según los recuentos (1)– constituye las bases de apoyo del zapatismo, es decir, aquellos y aquellas que se identifican con este y que participan en él. Esta es la principal constatación, que caería en el olvido debido a la pintoresca visión de los famosos pasamontañas o las elocuentes astucias del otrora subcomandante Marcos (que se rebautizó como Galeano en homenaje a un compañero asesinado) : a ese nivel y con esa duración, la aventura zapatista es la experiencia de autogobierno colectivo más importante de la historia moderna. Más extensa que los sóviets obreros y campesinos creados aprovechando la revolución rusa de 1917 (antes de la transferencia de su poder hacia el Ejecutivo bolchevique) ; más que los clubs y los consejos de la Comuna de París, aplastados en mayo de 1871 tras dos meses de efervescencia ; más que el consejismo puesto en marcha en Hungría y en Ucrania después de las insurrecciones de 1919 ; más que la democracia directa de los campesinos en guerra de Aragón y de Cataluña entre 1936 y 1939 ; y más que las autonomías políticas puntuales, o menos completas, experimentadas en barrios urbanos en Copenhague después de 1971 o en Atenas actualmente.
Mientras que todas estas experiencias fueron reprimidas o reconducidas, y los Gobiernos de izquierdas del resto de América Latina decepcionaban a una parte de los movimientos populares que los habían llevado al poder (Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador...), el zapatismo ha resistido. Poco a poco se alejó del Estado, reforzó sus bases y construyó una autonomía política inédita, liderada hoy en día por la primera generación nacida tras la insurrección de 1994. A través del abandono progresivo, y pragmático, de la creencia en el Estado y del vanguardismo leninista de los inicios : “Cuando llegamos, éramos cuadrados, como los profesionales de la política, y las comunidades indígenas, que son redondas, nos limaron los ángulos”, repite, divertido, el subcomandante Galeano. El objetivo : cambiar la naturaleza del poder político, a falta de tomarlo a una escala más amplia. El resultado se encuentra patente : “En la actualidad, el movimiento es más fuerte, más determinado aún. Los niños de 1994 son ahora los cuadros del zapatismo, sin recuperación ni traición”, reconoce el sociólogo Arturo Anguiano, quien, lejos de los cómplices naturales de la causa, fue el cofundador del partido trotskista de los trabajadores, el PRT. Prueba de ello es la vida cotidiana de las comunidades zapatistas.
“El capitalismo no va a detenerse. Se anuncia una gran tormenta. Aquí nos preparamos avanzando sin él”, resume con una sonrisa un joven de unos veinte años que pertenece desde hace tres a la Junta de Buen Gobierno de Morelia, la menos poblada de las cinco zonas zapatistas, y que se prepara para ceder su puesto tras haber formado a sus sucesores. Situado en el corazón de la zona, a 1.200 metros de altitud, el caracol de Morelia se encuentra junto a una frondosa colina. Su nombre, caracol, hace referencia a la lentitud necesaria de la política y designa los edificios de reunión que sirven de sede central para cada zona. Predomina un paisaje de prados y de cultivos : 700 hectáreas de tierras recuperadas para 7.000 habitantes dispersos por un territorio muy extenso. Entre la cancha de baloncesto y el sencillo auditorio de ladrillos pintados, algunas decenas de hombres y de mujeres abandonan a esta hora el caracol después de tres días de reuniones. Avanzan con un paso entumecido por muchas horas de asamblea y muestran un aire preocupado, una mezcla, en sus caras curtidas por el sol, de la afable serenidad de los indígenas tzotziles –la tribu mayoritaria aquí– y del resto de preocupaciones de aquellos que acaban de pasar tres días discutiendo, en función de las cargas que cada uno asume de forma voluntaria, sobre el reparto de las recaudaciones para la construcción de escuelas.
Al lado del pequeño cibercafé fabricado con bloques de hormigón, el joven miembro de la junta continúa : “No buscamos extender el zapatismo, que es muy particular. Pero la idea subyacente, la autonomía en general, sí”. Ahora tres personas nos describen el funcionamiento de la zona de Morelia. Hay un colectivo por cada sector de producción, de la radio al artesanado textil o a la apicultura. La zona, dotada con 140 cabezas de ganado y con diez hectáreas de campos de maíz (milpas), consigue alcanzar la autosuficiencia alimentaria gracias a sus huertos, sus pocos gallineros, sus cinco hectáreas de plantaciones de café y sus panaderías cooperativas.
Los excedentes se venden a los no zapatistas de la zona, los “partidistas” que viven de los subsidios del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el partido en el poder, el cual subvenciona algunos pueblos para que dependan de él. Por lo tanto, los fondos del Gobierno permiten, indirectamente, que los zapatistas compren, de forma colectiva, lo que no producen : máquinas o material de oficina, además de los escasos vehículos para trasladar a la gente a las reuniones desde todos los rincones de la zona. Los proyectos individuales, como la puesta en marcha de un comedor-colmado, son financiados por los bancos autónomos zapatistas (Banpaz o Banamaz), que prestan con un tipo de interés del 2%. En toda la zona se come hasta saciarse, de manera frugal y tradicional, sin ayuda del Estado ni de las organizaciones no gubernamentales (ONG) : arroz, tortilla, frijoles (alubias negras), café, algunos tipos de fruta y, de manera más ocasional, carne de ave, huevos o caña de azúcar. Hay pocos ordenadores y libros en las casas, los coches escasean y la vestimenta es sobria : las condiciones materiales son mínimas, pero no falta nada esencial. Esta sobriedad se encuentra en las antípodas del (engañoso) cuerno de la abundancia euro-estadounidense de los centros comerciales y de los créditos al consumo.
Los responsables voluntarios del caracol de Morelia nos describen las tres misiones sociales que asume la colectividad : la educación, la sanidad y la justicia, garantizadas de forma rotativa no por profesores, médicos o jueces, sino por “promotores” voluntarios (sus vecinos se ocupan de sus tierras y de sus hogares durante sus misiones). Aunque las aproximadamente seiscientas escuelas zapatistas de las cinco zonas ofertan tres ciclos de estudios, el resto se discute colectivamente y se adapta según las necesidades, ya se trate del ritmo de cada uno, de los planes de estudios o del calendario escolar. Pero por todas partes se pueden encontrar clases de español y de lengua indígena, de historia colonial y de educación política (crítica del capitalismo, estudio de las luchas sociales en otros países), de matemáticas y de ciencias naturales (“vida y medio ambiente”). Desde las tareas de limpieza a los murales, el trabajo colectivo es cotidiano. Y, a partir del final del segundo ciclo, los jóvenes, con unos 15 años y todos alfabetizados, pueden presentarse para ocupar un cargo, después de una votación de la asamblea y una formación de tres meses.
A esto se añade, en la salida de San Cristóbal, la única universidad zapatista, fundada por Raymundo Sánchez Barraza : el Centro Indígena de Capacitación Integral (CIDECI). Allí, ya sean las barandillas forjadas de las escaleras o las cortinas pintadas a mano, todo es obra de los estudiantes, doscientos jóvenes admitidos cada año para aprender los saberes autónomos : fabricación de zapatos, teología o uso de las máquinas de escribir –más seguras que los procesadores de textos si se tienen en cuenta los cortes de electricidad–, así como un seminario político los jueves. En el CIDECI, que se inspira tanto en los principios antiutilitaristas del pedagogo alternativo Ivan Illich (“aprender sin escuela”) como en las primeras profecías indígenas, también tienen lugar los grandes coloquios zapatistas. El último, en diciembre de 2016, trató sobre las ciencias exactas “a favor o en contra” de la autonomía (ConCiencias).
Igualmente, el sistema sanitario es fiable : las “casas de salud” aseguran una atención primaria sanitaria de calidad, desde las ecografías hasta las revisiones oftalmológicas ; cada caracol cuenta con una clínica donde, por el momento, trabajan médicos voluntarios externos ; y algunas ONG proporcionan medicamentos alopáticos. Por todas partes se fomenta el recurso a las plantas medicinales y a las terapias tradicionales y se le otorga especial interés a la prevención. Por su parte, aunque la justicia zapatista, garantizada por voluntarios y comisiones ad hoc, trata casos a menudo benignos –desacuerdos sobre tierras o los escasos conflictos internos en los pueblos–, tiene como principal objetivo reparar en vez de castigar : discusión con el inculpado, trabajos comunitarios en lugar de encierro (solo existe una prisión en el conjunto de las cinco zonas), sin fianzas ni corrupción. También a este respecto, los no zapatistas prefieren este sistema más justo, que ha conseguido reducir la delincuencia y la violencia machista –la prohibición del alcohol, impuesta por las mujeres en el marco de su “ley seca”, la primera ley zapatista que hicieron aprobar, ha contribuido en gran medida a ello–.
La novedad es el creciente recurso de los “partidistas” a los servicios públicos zapatistas, que permite a veces contratarlos y que los aleja, sobre todo, del clientelismo, de la burocracia y de la dependencia de los óbolos del PRI. La dependencia : es lo que pretenden deshacer, poco a poco, los zapatistas, incluyendo con respecto a las ONG. Pero la autonomía, “un proceso sin fin” desde su punto de vista, sigue siendo parcial y, a menudo, se pone en marcha a través de “parches” : se obtiene electricidad sin pagar a través de los cables de la compañía nacional y se sigue dependiendo de las donaciones y de las compras colectivas en algunos ámbitos, ya se trate de abastecerse de aceite para cocinar o de teléfonos móviles.
Esta experiencia insólita, lejos de los radicalismos teóricos, asume sus tanteos y sus delicados arbitrajes. Su principio de aprendizaje : “caminar preguntando”. En cuanto a “mandar obedeciendo”, la divisa presente por todas partes, esta sugiere que siempre conviene mezclar una dosis, incluso marginal, de organización –y de eficacia– vertical con la horizontalidad pura de los fantasmas anarquistas. A las comunidades se les consulta en gran medida, a través de idas y venidas con las Juntas de Buen Gobierno, pero a iniciativa de estos últimos, los cuales formulan y someten las propuestas, así como organizan, si es necesario, una votación por mayoría. Los cargos voluntarios se asumen de forma rotativa y revocable, lo que garantiza una política desprofesionalizada ; sin embargo, los más competentes los ocupan (y son elegidos) más a menudo que el resto. Y todos reconocen que, a lo largo de consultas minuciosas, “a veces el pueblo está sosegado”, tal y como lo afirmaba otro maestro de la Escuelita. En vez de un sistema totalmente horizontal, existe una tensión, que pretende ser fecunda, entre el gobierno de todos y mecanismos diagonales o incluso verticales. Se trata de una concepción procesal y evolutiva en la que se idea y se prueba constantemente, ya sea con respecto a normas de votación o a la duración y a los criterios para asumir cargos (las mujeres, a menudo menos favorables a involucrarse en el ámbito público, pueden por ejemplo ocupar un cargo entre dos o tres).
En el origen se encuentra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que surgió de la selva Lacandona en enero de 1994. Esta estructura militar vertical está dotada de una instancia de mando, el Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI). El EZLN vela por la perennidad de la experiencia, pero decidió retirarse de su funcionamiento político en 2003, en el momento de la ruptura con el Estado mexicano y de la puesta en marcha del sistema de autogobierno. Este funciona según tres niveles, después de que se volviera a realizar una distribución geográfica que deshizo las divisiones administrativas anteriores : el nivel de la comunidad de cada pueblo, donde agentes y comisiones (para la seguridad, la producción, etc.) desempeñan sus funciones ; el nivel de los municipios, que reagrupan los pueblos ; y el nivel superior, que reúne las cinco grandes zonas, cuyos centros son los cinco caracoles (Morelia, La Garrucha, Roberto Barrios, Oventic y La Realidad).
Lo que conforma la originalidad del zapatismo limita también la posibilidad, en el caso de los movimientos sociales de otras regiones del mundo, de trasladar tal cual sus creaciones y sus mecanismos : la convergencia histórica, en su seno, de ingredientes heterogéneos, incluso incompatibles, que en este caso han pasado a ser indisociables. En primer lugar, existe un corazón indígena, que remite a los pueblos mesoamericanos de esta región (sobre todo los tzotziles, los tzeltales, los tojolabales y los choles) y a su ancestral tradición cosmobiológica, pero también a una larga historia de resistencia anticolonial. Si la “indianidad” zapatista nunca se ha reducido al esencialismo y conserva su potencial para universalizar, es porque se trata menos de un etnicismo que de la historia de cinco siglos de luchas contra la “sangría del Nuevo Mundo” (2), incluyendo el colonialismo interno de las nuevas elites mestizas del México independiente, que se arrogaron la representación de los indígenas y arrasaron sus tierras y sus modos de vida. A continuación, también está el papel decisivo de la Iglesia : tanto el catolicismo sincrético típico de México como la versión local de la teología de la liberación, esa “Iglesia de los pobres” inaugurada en Perú en los años 1960 –también en este caso historia colonial, ya que, desde el siglo XVI, los únicos defensores de los indígenas de México contra los conquistadores fueron religiosos, como el dominicano Bartolomé de las Casas o el obispo Vasco de Quiroga, con su proyecto de una “república de indígenas”–.
Hay un elemento marxista-leninista desencadenante, por supuesto, proveniente de las guerrillas de los años 1960-1970, pero que se transformó después de 1994 en una lucha antisistémica más abierta contra el neoliberalismo, su saqueo de los recursos naturales y su mercantilización de los modos de vida. Y también existen componentes menos esperados, de tipo libertario y sobre todo antipatriarcal, puesto que el principio zapatista de la igualdad de género radical remite a una filiación precolonial. Sin olvidar los intercambios con una amplia red internacional de apoyos, invitados a los encuentros anuales : decenas de músicos o de grupos de rap y de ska con canciones zapatistas (de Rage Against the Machine a Manu Chao, de Nana Pancha en México a Pepe Hasegawa en Japón) y miles de activistas y de intelectuales que han participado en esta construcción –los escritores José Saramago, Gabriel García Márquez, John Berger o Umberto Eco, los expertos del mundo universitario Alain Touraine o Noam Chomsky, o también, siguiendo con los nombres célebres, el ecologista José Bové o el cineasta Oliver Stone–. Incontables simpatizantes del zapatismo, o “zapartisanos”, famosos o anónimos.
Y está la historia nacional mexicana, con su orgullo y sus singularidades. Ya que no se entiende en absoluto el zapatismo solo haciendo de este un proyecto de secesión, de independencia (contra)nacional. En cada reunión del Congreso Nacional Indígena (CNI), creado en 1996, el himno nacional resuena antes de los cantos zapatistas, y la bandera tricolor del país ondea junto a la bandera rojinegra. “No pensamos en formar un Estado dentro del Estado, sino un lugar donde ser libres”, repiten los comandantes del EZLN durante sus marchas por el país. Este patriotismo basado en el combate es la herencia política de dos siglos de luchas, desde la independencia de 1810. Es la herencia epónima, en primer lugar, del líder agrarista Emiliano Zapata, general del Ejército Libertador del Sur, quien, antes de ser aplastado en 1919, opuso a la tradición latifundista su Plan de Ayala para la redistribución de las tierras y la democracia local y lo puso en marcha algunos años durante la “primera república social de los tiempos modernos” (3), según las palabras del revolucionario belgo-ruso Victor Serge.
Más allá está la excesiva politización de un país dotado de una red asociativa y militante de una densidad poco común, donde la lucha por el estatus comunitario de la tierra (el ejido) dura desde hace más de un siglo. Puesto que, en México, se entremezclan corporativismos oficiales (sobre todo el del partido-Estado, el PRI) –que combinan la movilización permanente y la retórica de la justicia social– y numerosas sublevaciones auténticas cuya sangrienta represión se ancla en la memoria colectiva : las resistencias urbanas de finales del siglo XX, como el Movimiento Urbano Popular o las asambleas de barrios de los años 1970-1980, los estudiantes maoístas establecidos en el campo o las autogestiones municipales más o menos de ruptura. Pese a todo, este “cóctel” zapatista es, en primer lugar, una combinación de la igualdad y de la diferencia, de una herencia comunista desde abajo y de la incansable promoción de la diversidad étnica, cultural, sexual –dos ejes aún muy divergentes en los movimientos de izquierdas de Europa y de Estados Unidos, donde la “preferencia por los movimientos” más o menos identitaria de las minorías y el antiguo unitarismo social, más o menos universalista, continúan desconfiando uno del otro–.
Pero la unidad zapatista radica tanto en esa mezcla heterogénea como en la tonalidad de conjunto, en el estilo de la lucha, en el planteamiento de la vida que la envuelve. Sus rasgos característicos, resumidos en el concepto cardinal de dignidad, surgen tanto de las explicaciones que formulan los indígenas como de textos más variopintos, de registros variados (panfletos, discursos, cuentos de hadas, canciones, poesía). Estos hicieron célebre al otrora subcomandante Marcos : modestia, solemnidad, orgullo de resistencia, determinación marcial, suavidad en los gestos, relación con el tiempo creada con paciencia y placidez, asunción de la utopía y de la fragilidad, lirismo cósmico proveniente de las herencias indígenas, y siempre humor y autoescarnio –que antaño llevaron a Marcos a llamar a su asno “Internet” para enviar en 1995 sus mensajes al Gobierno por este ancestral medio ; o al EZLN, a denominar “fuerza aérea del ejército zapatista” a las decenas de aviones de papel repletos de mensajes disuasorios lanzados a los puestos de control militares–. En definitiva, es tanto Karl Marx como los hermanos con el mismo apellido ; menos Che Guevara que el comprometido antropólogo Pierre Clastres ; menos Lenin que Ivan Illich ; menos el dogma que el pragmatismo basado en el combate ; y menos la dictadura del proletariado que la tradición local del “realismo mágico” (esa mezcla de realismo social y de estética mágica promovida por el escritor cubano Alejo Carpentier) puesta al servicio de la autonomía política. Marcos, antes de pasar a ser Galeano, repetía que los mejores textos occidentales de teoría política eran para él Don Quijote, Macbeth y las novelas de Lewis Carroll.
Detrás de la expresión zapatista “abajo a la izquierda”, la unidad es la de una coherencia ética y existencial. Si se ha considerado el zapatismo como “la primera utopía democrática universal que viene del Sur” (4), es debido a esta reinvención de la actuación política, de las maneras de sentir y de luchar. Pero también porque su victoria a largo plazo es la de una lucha de varias décadas, empujada hacia la autonomía por sus enemigos y por la presión de la realidad. En gran medida arrancada de la tutela estatal de manera forzada y no decretada : ya que la autonomía negociada fracasó, se impuso la autonomía por construir.
El EZLN, formado clandestinamente en 1983, ocupó las grandes ciudades del sur de Chiapas el 1 de enero de 1994. Le siguieron doce días de lucha ; a continuación, veintitrés años de “antiguerrilla”, según las palabras de Yvon Le Bot (5). Tras el alto el fuego, monseñor Samuel Ruiz García impulsó un diálogo por la paz en la catedral de San Cristóbal. Se vio interrumpido por la ofensiva militar de febrero de 1995, que precedió a una larga guerra de desgaste llevada a cabo por los paramilitares por cuenta del Gobierno. Chiapas se convirtió entonces en el epicentro de los movimientos sociales, inspirando el auge de un “zapatismo civil” de Oaxaca a México, siendo el lugar donde se organizaron la Convención Nacional Democrática de 1994 y varios encuentros internacionales, reactivando las izquierdas del país (que ganaron el ayuntamiento de la capital en 1997). Pero los asesinatos políticos eran numerosos y la paramilitarización se intensificó –con, como colofón, la masacre de 45 indígenas, sobre todo mujeres y niños, en el campamento de Acteal a finales de 1997–.
No obstante, la alianza con la izquierda oficial, sobre todo el Partido de la Revolución Democrática (PRD) de Andrés Manuel López Obrador, acabó fracasando, antes del “distanciamiento y el divorcio” (6) de 1999. En particular, los acuerdos firmados en febrero de 1996 en San Andrés sobre los “derechos y culturas indígenas” (para la autogestión comunitaria y el desarrollo autónomo) quedarán en letra muerta, rechazados por el presidente Ernesto Zedillo y nunca serán inscritos en la Constitución. La esperanza volvió en 2000 con la elección de Vicente Fox, primer presidente que no era del PRI. La inmensa Marcha del Color de la Tierra, en 2001, no bastará para obtener la victoria, a pesar de la intervención ante el Congreso de la comandanta Esther. Los zapatistas también decidieron acabar con el ciclo de la negociación y el mal gobierno. En agosto de 2003, iniciaron en Oventic la construcción de la autonomía política creando los caracoles.
“La otra campaña” burlesca y acerba llevada a cabo por Marcos en 2006, antes de las elecciones robadas al PRD por un fraude del PRI, aisló aún más a los zapatistas y la laboriosa construcción de su autonomía. Las horas bajas de 2009-2012 incluso alimentaron los rumores de una desafección masiva y de la muerte de Marcos. Los zapatistas pusieron fin a este periodo el 21 de diciembre de 2012, día del cambio de ciclo del calendario maya, cuando unos 40.000 ocuparon en silencio las ciudades que habían invadido en 1994. Ese silencio “es el ruido de su mundo que se derrumba, el sonido del nuestro que resurge”, declaraba el comunicado del EZLN. Inauguró una nueva etapa de la lucha, con la constitución de la red informal de la Sexta, abierta a todas las luchas sociales del mundo, y la llegada del subcomandante Moisés, quien sucedió a Marcos/Galeano, a la cabeza del EZLN. Así, la historia del zapatismo en Chiapas gira en torno a tres palabras, las cuales resumen las modalidades de su relación con el Estado : “contra” (durante doce días de guerra), “con” (nueve años de intentos para llegar a un acuerdo) y, desde 2003, “sin”.
Al final de semejante recorrido y al principio de una nueva fase, el CNI tomó una decisión de acuerdo con las comunidades a finales de 2016 : la formación de un Consejo Indígena de Gobierno. Su representante (será una mujer) deberá ser nombrada en 2017 y también será candidata para las elecciones presidenciales de 2018. La decisión del CNI, no comprendida del todo y aún pendiente de aprobación por parte del comité electoral federal, ha causado estupefacción en unos y exasperación en otros –de los defensores de una secesión íntegra, quienes vieron en ella un compromiso con el juego electoral, a la izquierda nacional posicionada con vistas a las elecciones, sobre todo el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) de López Obrador, irritados por las primeras encuestas que atribuyen el 20% de las intenciones de voto a la candidata desconocida–. Como si se tratara de un golpe de más asestado por el zapatismo a la izquierda del Gobierno del primer país hispanohablante del mundo, al cual ya ha desestabilizado en varias ocasiones durante el último cuarto de siglo.
Pese a todo, el sentido de esta decisión es de otra índole : “No es por el poder”, repite el CNI, sino para afirmar la fuerza de las 56 etnias autóctonas de México (16 millones de habitantes, es decir, el 14% de la población) y, de manera más amplia, de “todas las minorías”. La iniciativa pretende dar a conocer su opresión y sus resistencias, fomentar por todas partes las formas de organización autónoma. Quiere propagar el virus de la oposición al capitalismo e ir al terreno del adversario para revelar a todos los “indígenas” del mundo su estado de descomposición terminal, así como la posibilidad, ahora comprobada, de continuar sin él.
El contexto es la clave, en un país en el que el tráfico de drogas (50.000 millones de dólares) ha causado estos últimos años 200.000 muertos y 500.000 desplazados, y en el que partidos e instituciones siguen estando muy inmersos en la corrupción. El desprecio mostrado por el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sobre todo debería incitar, tal y como lo espera el filósofo mexicano Enrique Dussel, “a volver a empezar de nuevo, con un proyecto de autonomía y una descolonización de las mentes que acabe con el eurocentrismo de nuestras elites” (7). La decisión de formar un Consejo Indígena de Gobierno y de presentar a una candidata está justificada, en el comunicado del 29 de octubre de 2016 (8), por una larga lista de luchas indígenas por todo el país (contra el Estado, las multinacionales o los cárteles de la droga), luchas con las que se solidariza el CNI, reivindicando la coordinación de los combates para romper su aislamiento. Lo esencial se encuentra ahí, en esa relación voluntaria con el exterior, con las resistencias no zapatistas, con las que desde 1994 el diálogo es continuo, pero la cooperación, intermitente.
A los occidentales que van a visitarlos, a los miembros de la IV Internacional, a los movimientos de todo el mundo cuya construcción de su autonomía se asemeja a la experiencia zapatista (los kurdos de la “29ª revuelta”, los sudafricanos de Abahlali baseMjondolo [AbM] en los townships de Ciudad del Cabo o la internacional campesina Vía Campesina), los zapatistas les plantean la siguiente pregunta : “¿Y tú, qué ?”. Por lo tanto, esta vez plantean esta cuestión a las resistencias indígenas locales que se levantan en todos los estados de México, de Michoacán a Sonora, contra los conglomerados mineros, las expropiaciones turísticas, los saqueos de los narcos o los secuestros de estudiantes. Pero también lo siguen preguntando a los movimientos sociales nacionales a los que acompañan, como las huelgas de docentes del verano de 2016 o las manifestaciones contra la subida del precio de la gasolina (gasolinazo) a principios de 2017.
A pesar de que esta candidatura tiene como objetivo la reaparición del zapatismo en la escena y la ampliación de la red de solidaridad activa, también siguen existiendo muchos obstáculos, muchos enemigos aún en emboscada –aunque solo sea el Ejército federal, que sigue conservando varias decenas de puestos alrededor de las cinco zonas–. Los paramilitares continúan sembrando el terror, aunque sea de forma más puntual, con enfrentamientos violentos en la Realidad en mayo de 2014 y, a continuación, en La Garrucha durante el verano de 2015. Los proyectos de las multinacionales son más numerosos que nunca en Chiapas : el estado más pobre de México, pero su primer proveedor de petróleo, de café o de energía hidroeléctrica, ya ha cedido cerca del 20% de su superficie en concesiones mineras o en proyectos turísticos. Y en las propias zonas zapatistas, donde se frecuentan las “bases de apoyo” y los no zapatistas, las subvenciones estatales, los sobornos de los partidos, los caciques que embolsan fortunas de los grupos mineros a los que ceden sus tierras representan muchas amenazas cotidianas, directas o psicológicas, para comunidades con un equilibrio político y económico precario –las cuales se esfuerzan en no responder a las provocaciones para no justificar una operación militar–.
Delante del puesto de control del caracol de Morelia, un grupo de partidistas está sentado en círculo, bebe cerveza y tequila ruidosamente desde por la mañana para burlarse de los zapatistas que acuden a las asambleas y hacer que se lamenten de la “ley seca”. Frente al orgullo de haber construido la autonomía política, de haber hecho renacer una cultura e ideado un discurso de combate, de haber demostrado al mundo que no eran las marionetas del ventrílocuo Marcos, hoy por hoy siguen existiendo las bromas y las intimidaciones, las tensiones y las amenazas, las cuales continúan pesando sobre la “frágil armada” (9). Pero, por ahora, resiste.
NOTAS :
(1) Sobre el problema del cálculo y de las fuentes, cf. Bernard Duterme, “Zapatisme : la rébellion qui dure”, Alternatives Sud, vol. 21, n.° 2, Centre Tricontinental - Syllepse, Louvain-la-Neuve - París, febrero de 2014.
(2) Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI, Madrid, 2003.
(3) Citado en Guillaume Goutte, Tout pour tous ! L’expérience zapatiste, une alternative concrète au capitalisme, Libertalia, París, 2014.
(4) La expresión es del sociólogo mexicano Pablo González Casanova (La Jornada, México, 5 de marzo de 1997).
(5) Yvon Le Bot, El sueño zapatista, Anagrama, Barcelona, 1997.
(6) Hélène Combes, Faire parti. Trajectoires de gauche au Mexique, Karthala, col. “Recherches internationales”, París, 2011.
(7) La Jornada, 16 de enero de 2017.
(8) “Que retiemble en sus centros la Tierra”, Enlace Zapatista, 14 de octubre de 2016, http://enlacezapatista.ezln.org.mx
(9) En francés, La fragile armada es el título de una película rodada sobre el terreno por Jacques Kebadian y Joani Hocquenghem, 2002.