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Otra Europa es posible

La imposible cuadratura del círculo del euro

Domingo 2 de agosto de 2015   |   Bernard Cassen
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Durante casi tres milenios, los más grandes matemáticos –entre ellos Hipócrates y Arquímedes– trataron de resolver el problema de la cuadratura del círculo: la construcción de un cuadrado con la misma superficie que un círculo, utilizando para ello solamente una regla y un compás. Hubo que esperar hasta 1883 para que un profesor alemán, Ferdinand von Lindemann (1852-1939), demostrara que era imposible.

A siglos de distancia, otro griego, Alexis Tsipras, y otros dos alemanes, Wolfgang Schäuble y Angela Merkel, se encontraron de nuevo en una situación cuyo reparto de papeles era comparable al anterior en la madrugada del 13 julio de 2015, pero en la que la ley del más fuerte ocupó el lugar de la demostración científica. El Primer Ministro griego quería demostrar que su rechazo a las políticas de austeridad era compatible con la pertenencia de su país a la zona euro. Sus interlocutores, la Canciller y el Ministro de Finanzas alemanes, borraron de un plumazo esa argumentación: Atenas debía escoger entre la austeridad por tiempo indefinido y la expulsión de la zona euro, el “Grexit”. Con el corazón partido y sometido a una presión inaudita, Alexis Tsipras tuvo que capitular.

Esa “noche del 13 de julio”, en la que se demostró que era imposible hacer coincidir la superficie del cuadrado de las medidas progresistas con la del círculo del euro, será sin duda un momento significativo en la historia de la Unión Europea. A pesar de algunas aparentes divergencias, con François Hollande en el papel de mediador, todos los Gobiernos miembros del eurogrupo enviaron un mensaje claro a las opiniones públicas europeas: dando la vuelta a la consigna altermundialista “otra Europa es posible”, les hicieron saber que “otra Europa es imposible” dentro de sus parámetros actuales.

Al dar por nula y no reconocer la voluntad mayoritaria de los griegos pronunciada con motivo del escrutinio legislativo del 25 de enero y del referéndum del 5 de julio, han hecho saber a los electores que sus votos tenían, como mucho, un carácter puramente consultivo y que las grandes decisiones eran potestad de las “instituciones”, nueva denominación de la troika: la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, teniendo todas ellas como denominador común que no son elegidas. La situación llega a tal punto que podemos preguntarnos si, salvo sobre cuestiones secundarias, realmente debemos seguir convocando elecciones en la zona euro e incluso en el conjunto de la Unión Europea.

En ciertos círculos políticos eurófilos, sobre todo entre los Verdes, existe cierta preocupación por las graves consecuencias políticas del menosprecio que las “instituciones” han demostrado hacia Grecia, tratada como una vulgar república bananera. Visiblemente, esta Europa, en total contradicción con el discurso de democracia y de solidaridad que se ha venido sosteniendo para promoverla, es un verdadero esperpento y fomentará el euroescepticismo en un contexto de desempleo masivo entre los jóvenes. El muy liberal presidente del Consejo Europeo, el ex primer ministro polaco Donald Tusk, llegó a afirmar que “la atmósfera de hoy en día es muy similar a la de 1968 en Europa. Siento que hay un estado de ánimo, quizás no revolucionario, pero sí de impaciencia” (Le Monde, 14 de julio de 2015).

En mayo de 1968, el Partido Comunista francés, por aquel entonces fuerza hegemónica de la izquierda, fue sorprendido y no supo encauzar hacia el ámbito político la revuelta estudiantil que se extendió más tarde a los obreros. Si no aprende pronto la lección de los sinsabores de Alexis Tsipras y del precio que hay que pagar por permanecer en el euro, la izquierda radical europea corre, igualmente, el gran riesgo de que la historia se haga sin ella.





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