Durante su campaña electoral, en 2007, las proposiciones y el estilo de Cristina Fernández despertaron justificadas esperanzas de un cambio real. Recordemos, por ejemplo, algunos comentarios que esas propuestas suscitaron entonces en la página editorial de la edición argentina de Le Monde diplomatique :
“Cristina se expresa con claridad, porque dice qué es lo que se propone y lo fundamenta (…). Y con franqueza : a la izquierda le deja en claro que su modelo es un capitalismo con fuerte participación estatal ; a la derecha (...) que su preocupación y su responsabilidad son ante todo sociales, que con ella no habrá retorno al neoliberalismo (…). En lo formal (…) ha empezado por descartar la liturgia peronista (…) que espanta a los que tienen edad para recordar y nada significa para los jóvenes (…) Sus proposiciones centrales son dos : ‘La reconstrucción del Estado constitucional democrático’ y un ‘pacto institucional’ entre el capital y el trabajo, arbitrado por el Estado, que definió como un ‘modelo de acumulación y de inclusión social’ (...). La primera proposición es un requisito de la segunda, puesto que sin instituciones realmente democráticas, eficaces y honradas, el Estado no podrá arbitrar eficazmente entre el capital y el trabajo (…) ‘La reconstitución del Estado democrático constitucional’ (…) supondrá profundas reformas políticas, nuevas leyes y una honda transformación cultural (…) y el ‘Modelo Económico y Social’ de Cristina las supone tributarias, de Asociaciones Profesionales, antimonopolios, regulatorias, etc. ; así como una clara definición de objetivos de mediano y largo plazo. Habrá que ver si Cristina lo intenta y cómo, porque las resistencias serán enormes” (1).
Aún en campaña electoral, se decía : “El próximo gobierno no será de transición entre el caos o un mínimo de cordura. No heredará una crisis, sino una situación medianamente saneada, con buenas perspectivas y muchos peligros a la vista. Políticamente, y aun con buenos resultados, sólo expresará a poco más de las expectativas de media sociedad, con un alto componente de dubitativos. Por lo tanto, recibirá exigencias inmediatas, tanto de parte de una oposición fuerte como de su propia base social” (2).
Y luego, ya confirmada la victoria de Cristina : “En otros países, sobre todo en los sistemas parlamentarios (…), gobernar con menos de la mitad de los votos es factible. En Argentina, hacerlo con más de la mitad –a veces con bastante más– ha sido siempre muy difícil y a veces imposible. (…) Es que gobernar Argentina ya no es –si alguna vez lo fue– un más o menos confortable pasaje administrativo. Significa hacerse cargo de un mandato de resolución de crisis y formulación de alternativas, en un marco de grandes expectativas y necesidades insatisfechas. El elegido debe gobernar además en un esquema institucional corroído por décadas de violaciones ; con una clase dirigente –aliados y opositores– que ha participado de esas violaciones y funciona con un estilo que, con piedad, podría llamarse de transgresión permanente. Por último, con un aparato burocrático inextricable, casi siempre corrupto e ineficaz y trufado de capas geológicas de parásitos introducidos por todas las dictaduras y gobiernos democráticos (…) Cristina parece tener clara una trampa en que la coloca el resultado electoral, coherente con la estrategia de alianzas forjada con Néstor Kirchner. Grosso modo, Cristina (…) perdió en los centros urbanos más importantes y obtuvo el voto del interior y, sobre todo, del gran Buenos Aires. Políticamente, y también grosso modo, eso significa el apoyo, y por lo tanto los compromisos, con caudillos, intendentes y punteros que conforman el sistema que la Presidenta electa entiende necesario combatir. Estas pústulas del pasado y del presente representan, grosso modo una vez más, a los sectores sociales que es preciso sacar de la miseria, de la pobreza y de los márgenes de la educación republicana (…) Cristina tendrá mayoría en las dos cámaras del Congreso, pero también una oposición fuerte : oportunidad para que el Poder Legislativo reasuma su papel. Se hará cargo de una economía floreciente pero cargada de peligros, necesitada de reformas estructurales y de definiciones claras en el plano internacional : oportunidad para llevar adelante el Pacto Productivo y Social que propone. Deberá hacer reformas y tejer alianzas políticas que encontrarán resistencia en su propia base : oportunidad para gobernar construyendo al mismo tiempo una nueva fuerza política que capte fuerzas de centro hacia un proyecto progresista (…) En suma, Cristina Fernández enfrentará el mismo desafío ante el que fracasó el presidente Raúl Alfonsín (1983/1989) y que tanto sus sucesores Carlos Menem (1989/1999) como Fernando de la Rua (1999/2001) y quienes los apoyaban entendieron a la manera de la vieja política : el engaño, el latrocinio y, en el mejor de los casos, la pereza intelectual (…)” (3).
Superada hoy la mitad de su mandato, es evidente que la Presidenta se ha apartado de sus lúcidas proposiciones electorales. Aunque se trata de un ejercicio habitual entre políticos profesionales, lo que sorprende en ella es que su discurso, sus proposiciones y su estilo de campaña no fueron precisamente los habituales. Si hemos reproducido aquí arriba parte de los comentarios y advertencias que suscitó su campaña, es justamente porque Cristina se destacó entonces, tanto en el fondo como en las formas, del resto de sus competidores.
Tenía un buen diagnóstico, pero viene equivocándose con la terapia. El primero indicaba con claridad que había optado por reformas profundas en el marco de un capitalismo “con rostro humano” y de la República. Que las primeras no serían posibles sin las segundas. A su vez, el populismo acotado de la campaña indicaba el entendimiento de que ningún partido político argentino tiene hoy mayoría asegurada, y ninguna mayoría en el gobierno tiene la estabilidad garantizada si no es capaz de formular un programa republicano de cambios profundos, pasible de convocar a una “masa crítica” que exceda sus propios votos.
Pero el gobierno de la Presidenta Cristina Fernández ha derivado hacia las “reglas” del juego político de siempre, sólo que con un discurso progresista que necesitaría justamente de la abolición de esas “reglas” para concretarse. Ha caído en la trampa que él mismo había advertido. Es natural, puesto que se trata de la expresión formal de la ausencia de planes de mediano y largo plazo ; de un programa de gobierno que tenga en cuenta la realidad nacional, regional e internacional.
Algunos ejemplos. En la cumbre de su popularidad y con mayoría en ambas cámaras, en lugar de presentar al Congreso un proyecto de reforma fiscal integral (que incluyese, por ejemplo, a las finanzas y a otros sectores de alta rentabilidad), Cristina dictó la “Resolución 125”, una suerte de decreto que gravaba fuertemente la producción agropecuaria. Aunque justo, ya que ese sector goza de una altísima rentabilidad en Argentina, el hecho de que la Resolución 125 no distinguiese entre grandes, pequeños y medianos productores, o entre regiones de alto y bajo rendimiento, unió en su contra a todo el sector y a buena parte de la opinión pública. En suma, un torpe intento, alejado de sus propuestas electorales, que valió a la Presidenta una derrota legislativa y el principio de su aislamiento.
Respecto a la deuda externa, presentada como una de las grandes realizaciones de su predecesor (Néstor Kirchner), asistimos a su “retorno” en estos días, incluyendo el de los grandes especuladores a los que teóricamente se había dejado fuera (4). En lugar de seguir el ejemplo del Presidente de Ecuador Rafael Correa, que ordenó una auditoría internacional sobre la deuda ecuatoriana para desarmar los argumentos de su oposición ; o de exponer claramente ante la sociedad la situación, sus propósitos y los planes para llevarlos a cabo, Cristina dictó un “Decreto de Necesidad y Urgencia” (DNU) para disponer de casi 7.000 millones de dólares de las reservas del Banco Central (BCRA). Una nueva torpeza, porque aunque el derecho del gobierno a disponer de las reservas para la ejecución de su política económica sólo lo discute la derecha neoliberal (5), la Presidenta se precipitó sobre esos fondos cuando tuvo necesidad de ello, pero del mismo modo que jamás mencionó una reforma fiscal integral, tampoco se había preocupado por reformar la Carta Orgánica del Banco Central... (6). Tanto ella como su predecesor Néstor Kirchner mantuvieron a la cabeza del Banco Central a Martín Redrado, un economista neoliberal mimado de la derecha (se lo conoce como el “golden boy”), para pretender luego, ingenuamente, que éste aprobase una medida contraria a la “independencia” del banco Central. Redrado acabó renunciando, no sin hacer saber que el ex presidente Kirchner, esposo de Cristina, había comprado 2 millones de dólares a buen precio, haciendo uso de información privilegiada. El Congreso deberá analizar el DNU presidencial, lo que podría acabar en una nueva derrota legislativa.
Este nuevo encontronazo con las formas republicanas ha impulsado a la Presidenta a poner, por una vez, los bueyes delante del carromato : en lugar de Redrado, ha designado a Mercedes Marcó del Pont, una brillante economista cuyas ideas distan del neoliberalismo. Marcó del Pont se propondría presentar un proyecto de reforma de la Carta Orgánica del Banco Central que aleje a la institución de las concepciones neoliberales, aunque la relación de fuerzas en el Congreso, luego de su derrota en las elecciones de 2009, ya no es favorable al gobierno.
Como en el caso de la reforma fiscal, el de la deuda es otro problema que en lugar de aportar apoyo político a la Presidenta acabó en su descrédito y políticamente en manos de la oposición de derechas.
Son ejemplos, que podrían multiplicarse, de la manera de gobernar de Cristina Fernández, que al igual que su predecesor, se maneja con un equipo de incondicionales, no realiza reuniones de gabinete y prefiere las decisiones compulsivas, al ritmo de las urgencias que le dictan la compleja realidad y el evidente abandono de sus propias y lúcidas proposiciones.
Si la base de la democracia republicana es el municipio, la de la democracia –y la de la eficiencia- de un equipo de Estado, de cualquier equipo, es el mérito profesional, el franco intercambio plural de opiniones y la confianza. Pero para la Presidenta Cristina Fernández, el último factor parece el exclusivo, acotado además a la confianza “política”. Sobre todo si esa “confianza” se apoya en intereses concretos, como ocurre con el grupete de empresarios “cercanos” al gobierno, por no hablar de los dirigentes sindicales millonarios y dueños de empresas (¡) que lo apoyan.
Si el método se mide por los resultados, la conclusión está dada por la situación política actual del Gobierno de Cristina Kichner. Su derrota en las legislativas del 2009 se debe a que buena parte del progresismo, de las clases medias y de los sectores populares ya no creen en sus intenciones progresistas, o en todo caso en su capacidad de concretarlas.
Quizá quede tiempo para recomponer las cosas. Pero nada en el horizonte indica que la Presidenta tenga intenciones de retornar al diagnóstico y las proposiciones de su campaña electoral. Se ha metido en la maraña populista, que torna a dar pruebas de no estar hecha para las buenas intenciones.
En lugar de armar una alternativa plural de izquierdas, una fuerza propia a partir del peronismo progresista, la Presidenta ha optado por la táctica de apoyarse en los métodos y alianzas del peronismo tradicional y en reflotar a las derechas ; dotarse de un enemigo, de un “coco” en el que ya casi nadie creía luego de la crisis económica, financiera y social argentina de 2001, que dejó el neoliberalismo al desnudo.
Así, y tal como están las cosas, la alternativa progresista tendrá que esperar.
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Notas :
(1) Carlos Gabetta, “Cristina Fernández y el cambio”, Le Monde diplomatique edición argentina, Buenos Aires, septiembre de 2007.
(2) Carlos Gabetta, “Elecciones”, Le Monde diplomatique edición argentina, Buenos Aires, octubre de 2007.
(3) Carlos Gabetta, “Semáforo rojo”, Le Monde diplomatique edición argentina, Buenos Aires, noviembre de 2007.
(4) Ismael Bermúdez, “La ‘deuda eterna’ argentina”, Le Monde diplomatique edición argentina, Buenos Aires, febrero de 2010.
(5) Mario Rapoport y Noemí Brenta, “‘Independencia’ del Central”, Le Monde diplomatique edición argentina, Buenos Aires, febrero de 2010.
(6) La Ley de Entidades Financieras que rige en el país fue decretada por la dictadura militar en 1976. Ningún gobierno democrático intentó modificarla.