Entretien d’Ignacio Ramonet avec l’agence de presse Prensa Latina, La Paz 13 octobre 2014
La victoria electoral del presidente boliviano, Evo Morales, lo afianzará como el líder más importante de Latinoamérica porque demostrará que su programa no está desgastado y sigue sumando apoyo popular, afirmó hoy el periodista Ignacio Ramonet. Apoyado en proyecciones preliminares que le conceden un triunfo aplastante para la reelección del mandatario boliviano, el intelectual español dijo a la televisora Bolivia TV que esos resultados le conceden a su personalidad un carácter superior y lo convierte en "un ícono para la región".
A juicio de Ramonet, en esta jornada se confirmó la tendencia iniciada en 1999 con la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela, de que todos los gobiernos de izquierda presentados a elecciones se han ratificado por la voluntad popular.
"Esta victoria masiva y amplia es poco común, consolida el campo progresista y demuestra que, en condiciones de libertad y transparencia, los electores deciden por programas de inclusión y redistribución", puntualizó.
Aseveró que el nuevo logro de Morales tendrá repercusión mundial y en los venideros procesos comiciales de Brasil y Uruguay, además de otorgarle mayor dinamismo a iniciativas integracionistas como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América y el Mercado Común del Sur.
"Los bolivianos están enviando un mensaje de que están satisfechos con las políticas culturales, sociales, económicas y de solidaridad con Latinoamérica, porque todo eso ha repercutido en un aumento de nivel de vida", precisó Ramonet.
Por otro lado destacó que Morales logró posicionar a una nación pacificada políticamente y con estabilidad social, en referencia a la tranquilidad reinante durante la jornada electoral.
"Demostró que un indígena puede ser el mejor presidente de un país, que tiene orgullo de su origen y con políticas nuevas pudo hacer una economía bien desarrollada", acotó el periodista.
Entre otras cuestiones, también exaltó que Bolivia dejó de considerarse un Estado pobre y proveedor de materias primas para ostentar el mayor crecimiento de Suramérica y ganarle terreno a vecinos antes vistos como inalcanzables.
Ramonet definió a Morales como un líder respetuoso y defensor de la armonía con la naturaleza, un visionario capaz de unir a un pueblo en torno a un proyecto y que le devolvió la dignidad y el orgullo de sus raíces.
El presidente boliviano compitió este domingo por la reelección como candidato del Movimiento al Socialismo frente a otros cuatro contendientes opositores.
Llegó al sufragio con promedio de 59 por ciento en intenciones de votos y 40 puntos de ventaja.
¿Por qué ganó Evo ?
Atilio Boron
ALAI AMLATINA. La aplastante victoria de Evo Morales tiene una explicación muy sencilla : ganó porque su gobierno ha sido, sin duda alguna, el mejor de la convulsionada historia de Bolivia. “Mejor” quiere decir, por supuesto, que hizo realidad la gran promesa, tantas veces incumplida, de toda democracia : garantizar el bienestar material y espiritual de las grandes mayorías nacionales, de esa heterogénea masa plebeya oprimida, explotada y humillada por siglos. No se exagera un ápice si se dice que Evo es el parteaguas de la historia boliviana : hay una Bolivia antes de su gobierno y otra, distinta y mejor, a partir de su llegada al Palacio Quemado. Esta nueva Bolivia, cristalizada en el Estado Plurinacional, enterró definitivamente a la otra : colonial, racista, elitista que nada ni nadie podrá resucitar.
Un error frecuente es atribuir esta verdadera proeza histórica a la buena fortuna económica que se habría derramado sobre Bolivia a partir de los “vientos de cola” de la economía mundial, ignorando que poco después del ascenso de Evo al gobierno aquella entraría en un ciclo recesivo del cual todavía hoy no ha salido. Sin duda que su gobierno ha hecho un acertado manejo de la política económica, pero lo que a nuestro juicio es esencial para explicar su extraordinario liderazgo ha sido el hecho de que con Evo se desencadena una verdadera revolución política y social cuyo signo más sobresaliente es la instauración, por primera vez en la historia boliviana, de un gobierno de los movimientos sociales. El MAS no es un partido en sentido estricto sino una gran coalición de organizaciones populares de diverso tipo que a lo largo de estos años se fue ampliando hasta incorporar a su hegemonía a sectores “clasemedieros” que en el pasado se habían opuesto fervorosamente al líder cocalero. Por eso no sorprende que en el proceso revolucionario boliviano (recordar que la revolución siempre es un proceso, jamás un acto) se hayan puesto de manifiesto numerosas contradicciones que Álvaro García Linera, el compañero de fórmula de Evo, las interpretara como las tensiones creativas propias de toda revolución.
Ninguna está exenta de contradicciones, como todo lo que vive ; pero lo que distingue la gestión de Evo fue el hecho de que las fue resolviendo correctamente, fortaleciendo al bloque popular y reafirmando su predominio en el ámbito del Estado. Un presidente que cuando se equivocó -por ejemplo durante el “gasolinazo” de Diciembre del 2010- admitió su error y tras escuchar la voz de las organizaciones populares anuló el aumento de los combustibles decretado pocos días antes. Esa infrecuente sensibilidad para oír la voz del pueblo y responder en consecuencia es lo que explica que Evo haya conseguido lo que Lula y Dilma no lograron : transformar su mayoría electoral en hegemonía política, esto es, en capacidad para forjar un nuevo bloque histórico y construir alianzas cada vez más amplias pero siempre bajo la dirección del pueblo organizado en los movimientos sociales.
Obviamente que lo anterior no podría haberse sustentado tan sólo en la habilidad política de Evo o en la fascinación de un relato que exaltase la epopeya de los pueblos originarios. Sin un adecuado anclaje en la vida material todo aquello se habría desvanecido sin dejar rastros. Pero se combinó con muy significativos logros económicos que le aportaron las condiciones necesarias para construir la hegemonía política que hoy hizo posible su arrolladora victoria. El PIB pasó de 9.525 millones de dólares en 2005 a 30.381 en 2013, y el PIB per Cápita saltó de 1.010 a 2.757 dólares entre esos mismos años. La clave de este crecimiento -¡y de esta distribución !- sin precedentes en la historia boliviana se encuentra en la nacionalización de los hidrocarburos. Si en el pasado el reparto de la renta gasífera y petrolera dejaba en manos de las transnacionales el 82 % de lo producido mientras que el Estado captaba apenas el 18 % restante, con Evo esa relación se invirtió y ahora la parte del león queda en manos del fisco. No sorprende por lo tanto que un país que tenía déficits crónicos en las cuentas fiscales haya terminado el año 2013 con 14.430 millones de dólares en reservas internacionales (contra los 1.714 millones que disponía en 2005). Para calibrar el significado de esta cifra basta decir que las mismas equivalen al 47 % del PIB, de lejos el porcentaje más alto de América Latina. En línea con todo lo anterior la extrema pobreza bajó del 39 % en el 2005 al 18 % en 2013, y existe la meta de erradicarla por completo para el año 2025.
Con el resultado de ayer Evo continuará en el Palacio Quemado hasta el 2020, momento en que su proyecto refundacional habrá pasado el punto de no retorno. Queda por ver si retiene la mayoría de los dos tercios en el Congreso, lo que haría posible aprobar una reforma constitucional que le abriría la posibilidad de una re-elección indefinida. Ante esto no faltarán quienes pongan el grito en el cielo acusando al presidente boliviano de dictador o de pretender perpetuarse en el poder. Voces hipócritas y falsamente democráticas que jamás manifestaron esa preocupación por los 16 años de gestión de Helmut Kohl en Alemania, o los 14 del lobista de las transnacionales españolas, Felipe González. Lo que en Europa es una virtud, prueba inapelable de previsibilidad o estabilidad política, en el caso de Bolivia se convierte en un vicio intolerable que desnuda la supuesta esencia despótica del proyecto del MAS. Nada nuevo : hay una moral para los europeos y otra para los indios. Así de simple.