Siete días después del golpe del 11 de septiembre de 1973, el diario chileno El Mercurio tituló a ocho columnas : “El ex gobierno marxista preparaba un autogolpe de Estado”. ¡Aterradora información ! Según esta, la Administración de Salvador Allende habría fomentado un plan de asesinato masivo de militares, dirigentes políticos y periodistas de la oposición, sin olvidar a sus familias. El nombre en código era “plan Z”. “Miles de personas están implicadas en esta siniestra operación”, relataba el artículo firmado por Julio Arroyo Kuhn, un periodista muy cercano a los servicios de información de la Marina. Un mes antes había difundido informaciones falsas que anatemizaban a los marinos que se habían reunido con los dirigentes de los partidos de izquierda para denunciar el inminente golpe de Estado (1).
El coronel Pedro Ewing, designado hacía poco secretario de la Junta, convocó el 22 de septiembre una conferencia de prensa. Ante los periodistas extranjeros y lo que quedaba de la prensa nacional explicó que el 19 de septiembre, día del Ejército, Allende proyectaba invitar a almorzar al Alto Mando al palacio presidencial de La Moneda. Sorpresivamente, sus guardias, disfrazados de camareros, acribillarían a los oficiales, mientras que en el parque O’Higgins de Santiago los militares que se aprestaban a desfilar y los dirigentes de la oposición serían ejecutados. En las provincias se producirían masacres similares. Al día siguiente se iba a instaurar la “República Popular Democrática de Chile”. Así lo establecen –concluía el coronel– los documentos descubiertos en la caja fuerte del Viceministro del Interior de Allende, Daniel Vergara, y las copias encontradas en el Banco Central.
A medida que los servicios de información descifraban los documentos –por lo menos eso es lo que pretendían–, el coronel multiplicaba las revelaciones en nuevas conferencias de prensa. Durante una de ellas anunció que en una segunda fase del plan se preveía el asesinato de Allende. Aunque los periodistas extranjeros no podían formular ninguna pregunta, se sorprendieron de que Allende fuera el autor de un plan que incluía… su propio asesinato (2).
De todas maneras, los medios de comunicación machacaban a la opinión pública. Cada “scoop” (primicia) era más sensacional que el anterior : “Otra escuela de guerrilla descubierta en Nueva Imperial” ; “Los marxistas alentaban planes siniestros en la zona del salitre” ; “El PS [Partido Socialista] y el MIR [Movimiento de la Izquierda
Revolucionaria] planificaban el asesinato de seiscientas familias” ; “Los marxistas proyectaban la destrucción de Limache [ciudad de la región de Valparaíso] (3)”. En un artículo de La Estrella (Valparaíso) del 23 de octubre, el mismo Kuhn da cuenta, a su manera, de las ejecuciones de militantes de la Unidad Popular (UP) : “Cuatro jefes del ‘plan Z’ pasados por las armas”.
La Junta Militar movilizó todos los medios a su alcance para darle crédito a la existencia del plan. Incluso fue mencionado por el ministro de Relaciones Exteriores, el almirante Ismael Huerta, ante una sala casi vacía durante la XXVIII Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 8 de octubre de 1973. Y figura en el Manual de Historia de Chile, de Frías Valenzuela (1974), adoptado por un gran número de escuelas.
La veracidad de la conspiración fue avalada por la casi totalidad de los intelectuales del bloque opositor al gobierno de la Unidad Popular (UP), que unía a la derecha y a los demócrata cristianos (4). En el fondo, el “plan Z” no era más que la prolongación de las virulentas campañas mediáticas que precedieron al golpe de Estado, llevadas a cabo, en primer lugar, por El Mercurio. Este diario de referencia, extremadamente conservador, publicado por primera vez en Valparaíso en 1827 y en Santiago en 1900, y propiedad de Agustín Edwards –una de las grandes fortunas de Chile–, fue fundamental en la preparación del golpe de Estado. Según el informe del Senado de Estados Unidos –“Cover action in Chile 1963-1973” (1975)-, El Mercurio y otros medios recibieron 1,5 millones de dólares de la Central Intelligence Agency (CIA) para desestabilizar a Allende.
Durante los primeros meses, el Partido Demócrata Cristiano apoyó a la dictadura. En el número del 18 de septiembre de El Mercurio, en el que se denunció el “plan Z”, su presidente, Patricio Aylwin –primer jefe de Estado de la transición, de 1990 a 1994– le dio un completo aval : “El gobierno de Allende (…) se disponía a realizar un autogolpe de Estado para instaurar por la fuerza la dictadura comunista. [Ese golpe] habría sido terriblemente sangriento ; las Fuerzas Armadas se han limitado a anticiparse a ese riesgo inminente”. El ex presidente Eduardo Frei (1964-1970) (5) afirmó, por su parte en ABC, el 10 de octubre, que “las masas de guerrilleros estaban listas y el exterminio de los jefes del ejército estaba bien preparado”.
Sin duda estas declaraciones contribuyeron a disipar cualquier escrúpulo entre los periodistas “democristianos” que trabajaban en los medios autorizados. Así, Emilio Filippi y Hernán Millas –el primero director del semanario Ercilla y el segundo, reportero– publicaron en enero de 1974 Chile 70-73, crónica de una experiencia, un libro que exageró lo terrorífico del “plan Z” y se prodigó en invectivas contra los dirigentes de izquierda que no tenían ninguna manera de defenderse.
También Abraham Santibáñez, subdirector de Ercilla y Luis Álvarez, su jefe de redacción, publicaron Martes 11, apogeo y caída de Allende. Según ellos, la residencia presidencial de El Arrayán era un “escenario de historias sórdidas. Allí se mezclaban, en una combinación explosiva, entrenamiento guerrillero y sexo, alcohol y enseñanzas marxistas” (6). Sus versiones del “plan Z”, que comprometen al Ministro de Defensa, al Director del Servicio Nacional de Salud y al propio presidente, acarrearon persecuciones contra los periodistas de la Televisión Nacional y del Canal 13 de la Universidad Católica (7).
A finales de octubre de 1973, el gobierno militar hizo publicar el Libro blanco del cambio de gobierno en Chile, reeditado varias veces en español y en inglés, para explicar por qué “las Fuerzas Armadas y el cuerpo de carabineros de la República de Chile (…) derrocaron al presidente Salvador Allende”. Este Libro Blanco concentra prácticamente todas las diatribas lanzadas contra la UP, pero su pieza principal es, sin ninguna duda, el “plan Z”, presentado en un apéndice de documentos.
El “plan Z” engendró rápidamente planes similares regionales y locales ; así, numerosos jefes militares de provincias “descubrieron” el suyo. En los barrios, los vecinos “de derechas” pretendían saber de buena fuente que se habían descubierto listas de personas a las que ejecutar dentro del “plan Z” local, y se disputaban ásperamente los primeros lugares. Durante los primeros años de la dictadura, aquellos que osaron manifestar algún desacuerdo con las brutalidades del régimen, recibían invariablemente una respuesta prefabricada : el “plan Z” habría sido peor. El Ejército nos salvó y sus excesos son excusables.
Según Millas –en esa época favorable al golpe de Estado–, los partidarios del régimen, o las personas deseosas de ser percibidas como tales, ejercían enormes presiones sobre la prensa para que sus nombres figuraran en las listas del “plan Z” ; entonces podían pronunciar la frase : “Supe que yo también iba a ser asesinado…”. Un agricultor que realizaba trámites para recuperar su hacienda expropiada ofreció 100.000 escudos (25.000 dólares) para que su nombre apareciera en esas listas imaginarias (8).
El alcance del “plan Z” fue más allá de un montaje para justificar el golpe de Estado.
Constituyó una pieza esencial en el condicionamiento de los militares lanzados contra el “enemigo interno”. Para que los soldados reprimieran sin piedad era necesario que consideraran a los perseguidos no como ciudadanos, eventualmente con ideas diferentes, sino como asesinos que proyectaban eliminarlos, a ellos y sus familias. Al deshumanizar al adversario, el “plan Z” inculcó a los militares el odio requerido para torturar y asesinar.
Los indicios sobre el origen del “plan Z” señalan invariablemente a los servicios secretos de la Marina, quienes también participaron del golpe. Por otra parte, el primer anuncio fue hecho por Kuhn, un periodista estrechamente vinculado con esos servicios.
El informe Hinchey sobre las actividades de la CIA en Chile, redactado a petición de la Cámara de Representantes en 2002, le imputa la paternidad del Libro Blanco a “individuos chilenos que habían colaborado con la CIA, pero que no actuaban bajo su dirección” (9).
Casi dos décadas más tarde algunos reconocieron su error. Millas explicaría en 1999 que “el plan Z” nunca existió y que es “el más olvidado de los cuentos militares”, sin siquiera mencionar su desafortunado libro de 1974 (10). Santibáñez también declaró en 1999 : “Debo confesar que hubo un gran error : creer en el ‘plan Z” (11). El director de El Mercurio, Arturo Fontaine Aldunate, que en 1973 organizó un verdadero bombardeo mediático sobre ese tema, le respondió a la periodista Mónica González : “No tengo ninguna prueba de la existencia del “Plan Z”. En esa época se lo daba por cierto. Para mí hoy sigue siendo un misterio” (12). Federico Willoughby, el primer consejero de comunicación de la Junta Militar, reconoció en 2003 que el plan Z fue montado por los servicios secretos de la dictadura como un instrumento de la guerra psicológica destinada a justificar el golpe de Estado (13).
Los autores del plan siguen siendo desconocidos, pero los del Libro Blanco empezaron a hablar. Casi treinta años más tarde, el historiador Gonzalo Vial Correa reconoció ser uno de sus redactores : “Lo escribimos entre varios, yo principalmente” (14). Vial Correa es autor de una bien difundida Historia de Chile, pero también es un político de extrema derecha, cercano al Opus Dei. Durante el gobierno de Allende dirigió la revista Qué Pasa, vinculada al golpe de Estado ; en 1979, llegó a ser Ministro de Educación de Pinochet ; en 1990, el Gobierno de Aylwin lo designó… comisario de la Comisión Verdad y Reconciliación ; en 1999, bajo la presidencia de Eduardo Frei, fue nombrado miembro de la Mesa de Diálogo.
En 2002, Vial Correa –que murió en octubre de 2009–, explicó que después del golpe de Estado su equipo –la redacción de Qué Pasa– había estado en contacto con la Junta Militar por intermedio de un oficial de la Marina. Éste les había enviado varios documentos “descubiertos durante las pesquisas”, entre los cuales estaba “el plan”. Vial Correa, testarudo, fue una de las escasas personas en seguir defendiendo su existencia.
Para él, “un temerario de la Unidad Popular, entre los numerosos que tenía el gobierno de Allende, escribió ese documento, hizo copias y las distribuyó entre sus amigos. (…) Dicho esto, que haya habido o no un comienzo de ejecución y que fueran muchos o pocos los que participaban, es otra historia. Cuando se habla de un invento, es una mentira. Nadie lo inventó, fue encontrado. Y tuvimos que pelear para poder publicarlo” (15).
Aun si concediéramos que, treinta años antes, el historiador pueda haber pensado que esas hojas enviadas por la Marina eran obra de un “temerario” no identificado, lo que publica en el Libro Blanco es completamente diferente. Allí asegura que “la Unidad Popular y Salvador Allende (…) se disponían a hacer un autogolpe de Estado para conquistar un poder absoluto basado en la fuerza y el delito” (16). Su responsabilidad es inmensa, así como la de sus colaboradores, entre los cuales se encontraba Cristián Zegers, el actual director de El Mercurio, porque fueron ellos los que promovieron esas hojas de origen dudoso, muy probablemente fabricadas por agentes de la Marina, al rango de plan del gobierno de Allende. Los resultados son conocidos.
Paradójicamente, ninguno de los cuatro gobiernos elegidos desde 1990 se atrevió a investigar el papel de los organizadores del golpe de Estado –y en especial el de los intelectuales–, en la difusión planificada de informaciones falsas. Después del restablecimiento de la democracia, la Marina levantó un monumento en Valparaíso al almirante José Toribio Merino, que fue quien encabezó el levantamiento en 1973. Sus memorias (17), una verdadera exhortación a hacer golpes de Estado, contienen una descripción barroca del “plan Z”. Hoy se aconseja su lectura en la Escuela Naval, donde Merino sigue siendo un modelo para los futuros oficiales.
Notas :
(1) Jorge Magasich : Ceux qui ont dit “Non”. Introducción y conclusión disponibles en http://theses.ulb.ac.be/ETD-db/collection/available/ULBetd-11282007-102000/
(2) Hernán Millas La familia militar, Planeta, Santiago, 1999.
(3) Francisco Herreros, Prensa canalla y violación de los derechos humanos, El Siglo, 4 de noviembre de 2005 ; www.purochile.org/27.html
(4) Con excepción de trece dirigentes “democristianos”, reunidos en torno a Bernardo Leighton, que condenaron el golpe de Estado. Leighton fue luego gravemente herido en Roma, en 1975, en un atentado organizado por la policía secreta de la dictadura.
(5) Su hijo mayor Eduardo Frei también fue presidente en el período 1994-2000.
(6) Luis Álvarez, Francisco Castillo, Abraham Santibáñez, Septiembre. Martes 11. Auge y caída de Allende, Triunfo, Santiago, 1973.
(7) Ernesto Carmona, “El informe Valech también sentó a los periodistas chilenos en el banquillo”, Rocinante, Santiago de Chile, enero de 2005.
(8) Hernán Millas, op. cit.
(9) http://foia.state.gov/Reports/HincheyReport.asp (en inglés) ; www.derechos.org/nizkor/chile/doc/hinchey-e.html (en español).
(10) Hernán Millas, op. cit.
(11) Santibáñez Abraham, 1998, www2.metodista.br/unesco/PCLA/revista5/entrevista%205-1.htm, 1998
(12) La Gran Mentira. El caso de las “Listas de los 119”. Aproximaciones a la Guerra Psicológica de la Dictadura Chilena. 1973-1990, Codepu, Santiago, 2002. Edición electrónica : www.derechos.org/nizkor/chile/libros/119/cap7.html
(13) Wilfried Huismann y Raúl Sohr, “Pinochet Plan Z”, documental, Arte GEIE /WDR /Huismann, 2003.
(14) www.educarchile.cl/ntg/docente/1556/article-76921.html#
(15) La Tercera, Santiago, 24 de marzo de 2002.
(16) Libro Blanco, 1973.
(17) Merino Toribio, Bitácora de un Almirante, Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1998.