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SOCIOLOGÍA Y FRANQUISMO

El CEISA, un ejemplo de resistencia intelectual

samedi 5 décembre 2009   |   José Vidal-Beneyto
Lecture .

Siempre el saber ha tenido vínculos ambiguos con el poder, derivados de la especial relación de antagonismo que entre ambos existe. Frente a lo que algunos pretenden, la sociología no es un producto nuevo en la vida intelectual y académica española. Explicar su aparición en España por la sola acción de Juan J. Linz, como agente del mundo sociológico norteamericano, es ignorar las decisivas aportaciones de los padres fundadores treinta años antes, que hay que situar en el ámbito institucional de la Universidad oficial y de la Iglesia católica, así como de los Cursos de Sociología de la Universidad de Madrid y de la acción del Centro de Enseñanza e Investigación, Sociedad Anónima (CEISA), que fueron ejemplos de resistencia intelectual frente a la hostilidad del franquismo.

La primera andadura sociológica en España debe mucho a dos personalidades tan singulares como Severino Aznar en el campo católico y Enrique Gómez Arboleya en el universitario. Los ayudantes y colaboradores de este último forman una consistente trama en la que se alinean actores como Salustiano del Campo, Luis González Seara, José Castillo Castillo, Mariano López Cepero, Juan Diez Nicolás, José Sánchez Cano y tantos otros que gracias al liderazgo de Francisco Murillo Ferrol enlazan con la escuela granadina y con personalidades como José Jiménez Blanco, Miguel Beltrán y José Cazorla.

De 1950 a 1990, se produce en España una extraordinaria eclosión de espacios sociológicos como el Instituto Balmes de Sociología, el Instituto de Estudios Políticos ; el Centro de Investigaciones Sociológicas ; el Centro de Estudios Sociales del Valle de los Caídos ; las empresas privadas dedicadas a los estudios de opinión y de mercado así como a las investigaciones más propiamente sociológicas, de la que la más sonada es DATA, pero entre las que figuran ISPA, Doxiadis Ibérica, ICSA, ECO, TERPA etc., con una notable pléyade de investigadores incorporados a ellas. Entre ellos Amando y Jesús de Miguel, Juan Diez Nicolás, José Juan Toharia, Alberto Gutiérrez Reñon, Francisco Andrés Orizo, Julio Feo, Ubaldo Martínez Lázaro, José Luis Martín Martínez, Juan González Anleo y bastantes más.

El catolicismo social y sus centros de formación y estudio fueron también lugares en los que comenzó a elaborarse, además de una sociología pastoral, un análisis sociológico con aspiraciones científicas, atento a los grandes temas sociales. Carmelo Viñas Mey con Jesús Iribarren y Perpiñá Grau, fueron, con Severino Aznar, sus más conocidos representantes para institucionalizar la sociología.

En Barcelona bajo el patrocinio de los seniors Rogelio Duocastella, Miguel Siguan, Emilio Maria Boix y Julio Busquets destacan Salvador Giner, Juan Marsal, Luis Carreño, Enrique Martín López y Joan Martínez Alier, muchos de los cuales terminaran enseñando en el Reino Unido (Reading y Oxford), en París y en América Latina.

Los viejos maestros José Luis Aranguren y Enrique Tierno, acompañados por José Luis Sampedro, Carlos Ollero, Francisco Murillo Ferrol, José Antonio Maravall, Antonio Truyol y demás compañeros de discrepancia comedida, funcionaron como legitimación intelectual y primera barrera defensiva y gracias a ellos y al eco que tuvieron en buena parte de la burguesía ilustrada, se pudo fletar un ámbito colectivo de enseñanza e investigación, al que, en su primera salida dimos la forma de una sociedad mercantil y al que pusimos el nombre de CEISA –Centro de Enseñanza e Investigación, Sociedad Anónima-, que enlazó con los Cursos de Sociología de la Universidad de Madrid que se habían puesto en marcha en 1962 de la mano de Pablo Cantó y que pretendían suplir la ausencia de la sociología en los curricula de la universidad española.

Los Cursos contaron con los ya citados padres nutricios –Aranguren, Tierno, Sampedro, Ollero, Truyol- acompañados por Luis Ángel Rojo, Elías Díaz, Raúl Morodo, Ramón Tamames, Luis García San Miguel, Jesús Ibáñez, Antonio Colodrón, Alfonso Ortí, Pablo Cantó, Ángel de Lucas, Carlos Moya, Salvador Giner, Víctor Pérez Díaz, Mario Gaviria, Manuel Castells, Ignacio Sotelo, José Jiménez Blanco, Esteban Pinilla de las Heras, Jordi Borja, Ignacio Fernández de Castro y bastantes otros– que se incorporaron en su totalidad a CEISA hasta que los poderes franquistas clausuraron su actividad en 1965.

CEISA nació en momentos políticos particularmente difíciles lo que nos llevó a reforzar las barreras defensivas procedentes de la derecha social, incorporando a personalidades del máximo prestigio y respetabilidad en la sociedad española de entonces para encabezar la nueva entidad. En ese sentido presidieron sucesivamente su Consejo de Administración Julio Palacios y Guillermo Luca de Tena, este último entonces director del diario ABC. En cuanto al Patronato Científico, máxima instancia académico-cultural de CEISA, su Presidente fue Pedro Laín Entralgo, cuyo prestigio era en ese tiempo unánimemente reconocido. Sin embargo esta buscada respetabilidad no menguó, en modo alguno, ni en la práctica docente ni en las actividades intelectuales de CEISA, su voluntad rupturista con los usos académicos dominantes, cuestionando radicalmente al sistema y apostando por el paradigma que postulará algunos años más tarde la contestación estudiantil de Berkeley del 67 y de Mayo del 68 en Francia.

El abandono del poder piramidal trasladó su ejercicio al colectivo de los estudiantes reunidos en Asamblea o formando parte de la Delegación General de Alumnos. La dirección de todas las instancias tenía una duración de quince días y su designación se hacía por riguroso orden rotativo entre los miembros de cada instancia. El principio básico para el funcionamiento de CEISA era la autogestión y los participantes en CEISA entendían la sociología como una actividad científica destinada a desvelar la realidad de los fenómenos sociales, que no podía confinarse en su análisis, sino que debía proponerse transformarla. En consecuencia, el propósito de nuestro proyecto no era la formación de los profesionales que reclamaba el mercado sino la de científicos comprometidos con la transformación y el progreso social.

La crisis de los marcos teóricos del saber social, que sacude en esos años la sociología, tiene una repercusión importante en el interior de CEISA. El positivismo, el estructural funcionalismo, el empiricismo abstracto, la teoría de la acción social de Parsons, Alfred Schutz y la escuela fenomenológica, Bales y los pequeños grupos, la etnometodología y el interaccionismo simbólico, el cansancio de los análisis marxistas, y el agotamiento de la perspectiva crítica problematizaban la condición científica de nuestra disciplina y nos obligaban a una revisión, en línea con la practicada por Alvin Gouldner en su The Coming Crisis of Western Sociology (1971), que remitía a un examen radical de los fallos e insuficiencias que habían llevado el quehacer sociológico a un callejón sin salida. Siguiendo el trabajo iniciado por Irving Horowitz en The Use and Abuse of Social Science, sometimos a escrutinio las aportaciones de Barrington Moore, Hans Gerth, Wright Mills, Lewis Feuer, Trent Schroyer, Maurice Stein y Arthur Vidich, pero ignorando, de manera incomprensible, a los brillantes representantes de la tercera generación como Jurgen Ritsert, Alfred Schmidt, Albrecht Wellmer y Hans Peter Dreitzel y dejando en barbecho piezas tan importantes de la revisión de la Teoría Crítica como Kritik und Interpretation der Kritischen Theorie y el básico, aunque quizá extremado, alegato de Gunter Rohmoser Das Elend der Kritischer Theorie (1970).

El enfrentamiento entre cuantitativitas y cualitativistas tuvo con Jesús Ibáñez uno de sus más combativos representantes que consiguió descalificar el imperialismo de la entrevista-encuesta mediante cuestionarios cerrados y la explotación de los resultados limitados exclusivamente a la estadística paramétrica. Frente a este simplismo reductor, se impusieron la entrevista abierta, la entrevista en profundidad y el grupo de discusión para la recogida de datos ; y para su elaboración se recurrió a modalidades formales más sofisticadas. Por ejemplo la topología por obra de Fernando Conde ; el análisis de redes con Narciso Pizarro ; las utilizaciones energéticas de Pablo Navarro ; y los refinamientos de los métodos más clásicos, tal y como nos propondrá algún tiempo después Manuel García Ferrando en su libro Sobre el Método.

Las dos grandes contribuciones epistemológicas de CEISA fueron : el haber impugnado la categoría de objetividad como el soporte mayor de la condición científica del saber social, y haberla sustituido por las de necesidad y reflexividad ; y haber acabado con la mitificación del dato como trasunto literal de la realidad y haberlo configurado como lo que es : el resultado de un específico proceso productivo.

Claro está que esta dedicación a lo previo y a lo instrumental impidió que se acometieran los grandes problemas de sus sociedades, que eran el desafío central de las ciencias sociales de ese decenio, y la razón fundamental por la que habíamos promovido los Cursos primero y CEISA después. Esa renuncia, objeto de un reproche constante, y en ocasiones violento entre nosotros, era por lo demás inevitable, si tenemos en cuenta los condicionamientos de quienes participábamos en el proceso. Pues los dos núcleos más sustanciales de CEISA, el grupo de Amando de Miguel y el de Jesús Ibáñez, el primero articulado en torno de la empresa DATA y el segundo de ECO, habían conferido a sus miembros la condición de sociólogos profesionales de empresa, para quienes lo más determinante era la validez científica y técnica de su trabajo. Con ello la propuesta de una sociología humanista y socialmente útil, pasaba de hecho a un segundo plano, sacrificada a una proclamada voluntad de rigor, que en realidad escondía el interés individual por la propia carrera, y el prejuicio colectivo –el corporativismo sociológico– a los que se daba la preferencia.

Por lo demás la vocación internacional de nuestro proyecto y la necesidad de reforzar su endeblez institucional, que la beligerante hostilidad del franquismo hacía urgente e imperativa, nos llevó a darle una proyección exterior, que la extraordinaria acogida que encontró en los medios científico-sociales y universitarios europeos y americanos, convirtió en una muy notable plataforma de instituciones y de centros, que nos dotaron de una muy sólida estructura de apoyo y solidaridad.

El intento de crear un espacio docente e investigador en el campo de las ciencias sociales absolutamente independiente y fuera de los ámbitos oficiales de la España franquista era un propósito de casi imposible cumplimiento como probó su realización. La Escuela Crítica sufrió la misma suerte que el franquismo había reservado a los dos intentos anteriores –los Cursos y CEISA– y, a los dos años de existencia, las autoridades interrumpieron su funcionamiento. La razón alegada por la policía, en esta ocasión, fue que una de las empleadas de la Secretaría de Alumnos, Teresa Marbá, era miembro del Partido marxista-leninista que acababa de ser desarticulado por la policía. Lo más chusco de esta acusación consistió en que el boletín Vanguardia Obrera, órgano del citado partido marxista-leninista, en el número anterior al cierre, acusaba a la Escuela de ser un “agente del imperialismo yanqui”, más peligroso, en sus propias palabras, que la misma CIA.

Reaccionamos obviamente contra el cierre, interponiendo el correspondiente recurso de Alzada y movilizando a todos nuestros asociados y amigos, así como a los medios de comunicación, españoles y sobre todo extranjeros, para que protestasen contra la medida y pidieran su anulación. Pero, evidentemente, en este caso como ya había sucedido con CEISA, no se consiguieron ni la reapertura ni las indemnizaciones que se solicitaban. Las causas se ganaron con el advenimiento de la democracia, pero entonces, el plazo para hacer efectivas las indemnizaciones ya había prescrito.

De todos modos, nuestro objetivo principal no era conseguir las indemnizaciones, sino continuar nuestra actividad, razón por la cual, al igual que habíamos procedido con el cierre de los Cursos y de CEISA, montamos inmediatamente una estructura paralela que asumiera sus compromisos, en especial con los estudiantes, y que prosiguiera su acción. Aunque, obviamente, cada vez más convencidos de la extrema dificultad que representaba realizar una actividad docente y universitaria, sin condicionamientos y en libertad. La cuarta y última fase de esta imposible tentativa la constituyó pues la Fundación Cultural Española, que hubo de abandonar todos los contenidos docentes regulares y centrarse en la organización de seminarios de alcance reducido, así como de algunas investigaciones empíricas de contenidos no conflictivos. Pero el proceso siguió, obstinadamente adelante, desafiando al aparato policial y judicial del franquismo.

Que esta esforzada resistencia académica e intelectual haya sido silenciada por la mayoría de los historiadores y de los políticos de la España actual, prueba que la transición intransitiva que la propició, dejó las cosas en las manos que quería : las de la clase dominante. Destino al que siguen contribuyendo, de manera sorprendente, compañeros pretendidamente a la izquierda. 

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