Gonzalo Torrente Ballester formaba parte del grupo de “cazadores intelectuales”, lo cual roza con el oxímoron, que pernoctaban una o dos veces al año en el Hotel Chao de Vilalba (Lugo), entre ellos Álvaro Cunqueiro y José María Castroviejo. Un día aparecieron estos con Torrente, un escritor en ciernes. Como solía, mi padre les indujo a subir al primer piso para que me escucharan tocar en el piano “El Lago de Como”, la pieza cursi y meliflua que tanto me encumbró (1). Torrente debía tener unos cuarenta años y yo, pobre de mí, siete u ocho ; pero ya me las arreglaba muy bien con las corcheas y fusas para impresionar a tantos señorazos.
Aunque la memoria se me vaya malogrando con los años, me queda el recuerdo de un hombre comunicativo, sarcástico pese a su aparente timidez y miopía, que gastaba gafas ahumadas “de culo de botella”, como decíamos. Pocas veces intervenía en las charlas. Escuchaba con mucha atención, silbaba melodías que le salían de dentro y gozaba cantando aquello de “sola, fanée y descangallada…”
Estoy hablando de mediados de los años 1940, en pleno furor franquista. Mi padre era republicano manifiesto y no apreciaba a los clientes que escribían poemas a la gloria de José Antonio. El peor visto era Torrente, uno de los teóricos del fascismo español, colaborador de Jerarquía. La revista negra de la Falange. Disculpas no le faltaban : el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 lo había pillado en París. Sin darle mayor importancia, al cabo de dos meses volvió a Galicia. Desde el autobús que le llevaba a Ferrol vio que las cunetas estaban sembradas de fusilados. Nada más llegar, el cura parroquial le aconsejó que se alistara en la Falange. Lo pagó caro : el rector del distrito universitario de Santiago lo nombró auxiliar en la comisión depuradora del profesorado en El Ferrol para eliminar a los republicanos del escalafón, en algunos casos incluso físicamente. Pese a todo, mi padre lo agasajaba, que un mal día bien podría sacarlo de apuros.
Pronto, don Gonzalo abandonó semejante función. Igual que el catalán Josep Pla y su amigo Álvaro Cunqueiro, dejó las quincallas franquistas y adoptó la consigna de su maestro James Joyce : “¡Que la patria muera por mí !” Su arma sería la escritura, impregnada por la sintaxis, el ritmo y el vocabulario galaicos ; además del humor sarcástico, un cómico entre lo grotesco y lo macabro sin abandonar el rigor intelectual.
De niño, desde la ventana podía ver, en un lado, los astilleros de Ferrol ; en el otro, el orvallo, con sombras de labriegos tirando de arados romanos. Por la noche acechaba la aparición de la Santa Compaña, procesión de almas condenadas a vagar por las corredoiras. En la cabeza del pequeño Gonzalo se mezclaban visiones del otro mundo con las imágenes cotidianas, de modo que más tarde pudo decir, a modo de epitafio : “Ferrol me fecit”. Como resultado, su obra dramática El viaje del joven Tobías, publicada en 1938 en una colección dedicada a temas bélicos, en la que se fusionan elementos realistas y fantásticos, será censurada por sus “escenas lúbricas”.
A los diecisiete años se fue a estudiar Derecho a Asturias. Pero ya la vocación había echado raíces en él gracias a la lectura de Heine, Byron, Musset, Victor Hugo y Rubén Dario, libros que le traía de París su padre librepensador. Esto le valió el mote de “el Surrealista”, puesto por sus compañeros de Oviedo. En 1931, se instala en Madrid, donde colabora en el periódico anarquista La Tierra, frecuenta a Valle-Inclán y asiste a los cursos de Ortega y Gasset : “Me enseñó a pensar. Me limpió la borra provincial que me atascaba el cerebro e hizo de mí, intelectualmente, un hombre.”
Su primera novela, Javier Mariño, de 1943, en parte autobiográfica, está situada en el París de 1936, agridulce recreación de las vivencias de un protagonista aterrado que se busca a sí mismo. De cualquier modo, Torrente hubo de esperar hasta los 62 años para ganar el reconocimiento general. Desde entonces le llovieron las distinciones : fue uno de los profesores y literatos españoles más aclamados, galardonado con el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias de las Letras y el Nacional de Narrativa, entre otros muchos.
A principios de los años 1980 salió mi novela El Lago de Como. Por mi buen amigo Lois Álvarez Pousa supe que Torrente había votado en mi favor para que me dieran el Premio Nacional de Literatura de aquel año. Por suerte, Juan Goytisolo obtuvo más sufragios que yo y no se cometió ningún atropello. Cuando, en 1994, se publicó en Francia su novela Fragmentos de Apocalipsis, el diario Le Monde me envió de París a Salamanca –adonde él se había ido a vivir escapando de la humedad– para entrevistarle. Subí al quinto piso de un edificio modesto. Atento y afable, me invitó a un té y se puso a mi disposición : “¿Sabe usted que ya he redactado la charla que vamos a mantener ?”, le dije de entrada. “¡Qué me dice ! Entonces, ¿por qué ha venido desde tan lejos ?” “Para conocerlo. Mejor dicho, para volverlo a ver. A principios de 1940, usted había ido con Álvaro Cunqueiro a la Feria de los Capones de Vilalba. Mi padre, dueño del Hotel Chao, les aconsejaba los mejores ejemplares para elegir. Yo era un crío y me impresionaban usted, Castroviejo, Cunqueiro, Celso Emilio Ferreiro, tan célebres…” “¿Célebres ? En aquellos momentos escribíamos en una soledad absoluta. Cunqueiro y yo estábamos a cientos de leguas del famoso ‘realismo’ entonces imperante. Ni sabíamos lo que quería decir, y yo todavía lo ignoro.” “¿Podría decirse que el ostracismo que sufrió usted durante más de treinta años se debió a su rechazo del género realista que se practicaba en España ?” “¡Las cosas siguen igual ! La literatura mágica nunca fue aceptada por los castellanos, en gran parte debido a circunstancias históricas ; pero tampoco acataban lo que podríamos llamar el ‘principio de verosimilitud’. Dicho de otra forma, la singularidad de la cultura castellana reposa en un sustrato austero que sigue vigente, tanto como en un sustrato moralizador. En Galicia estamos muy alejados de este tipo de representación ; vivimos en otro sistema.”
Contra viento y marea, Torrente construye su “fantástico realista” sobre otra teoría de lo real : la fantasía es un objeto verbal, cuya existencia se fundamenta en el hechizo de las palabras. “En aquella época, por 1983, los españoles nos sentíamos achicados por el auge de la literatura latinoamericana. Teníamos una especie de complejo de inferioridad”, dijo. “Algunos dijeron que usted se había inspirado o había plagiado Cien años de soledad para escribir La saga/fuga de J.B.”
En efecto, el íncipit de esta novela hace pensar en cualquier autor del “realismo mágico” : un pueblo imaginario de Galicia llamado Castroforte del Baralla se pone a levitar para rechazar a un invasor. Su último sentido no se desvelará hasta el final, en el que se advierte la desaparición del Cuerpo Santo y de las lampreas que proliferan en el río Mendo. El libro prosigue con una “Balada incompleta y probablemente apócrifa del Santo Cuerpo Iluminado”, en la que se narra el descubrimiento de una barca con una urna de cristal en la que reposa el cuerpo incorrupto de una mujer. El Obispo Bermúdez concede la custodia del Cuerpo Santo y las limosnas que se perciban al marinero que lo encontró, a condición de que se encargue de retejar la iglesia. Más maravilloso, imposible.
Se lo pregunté a García Márquez y me explicó : “En el Caribe viven miles de gallegos. En esas condiciones es normal que haya surgido una literatura de aparecidos y de fantasmas. Pero si alguien plagió a alguien, ese fui yo. Toda la materia prima de mi libro está formada por los cuentos y leyendas que me contaba para dormirme mi abuela, que era gallega.” “¡Mis abuelas –me dijo Torrente Ballester– también eran gallegas, por las dos partes ! Eso prueba que el destino de un hombre se forja en su infancia, y que ellas me ayudaron a ser escritor.”
En 1966, Torrente firma un texto contra la represión de una huelga de mineros en Mieres. Por doquier le critican : la izquierda desconfía de un “falangista desilusionado” y la derecha no le perdona su “traición”. La prensa –toda franquista– aprovecha para atacarle y el gobierno para expulsarle de su cargo de profesor de la Escuela Naval. Finalmente, hubo de aceptar la cátedra de profesor de Literatura en la State University of New York, en Albany (Nueva York), como profesor distinguido. Vivió cinco años en Estados Unidos. Al regresar se encuentra con que, en España, siguen mandando los mismos círculos literarios e idéntica obstinación de los escritores en practicar el realismo social. En cambio, en la maleta trae el manuscrito de esa obra decididamente fantástica, La saga/fuga de J. B.
Todo lo anterior lo había escrito yo de antemano en París, basándome en sus obras, en el análisis de estas por diversos estudiosos, y en entrevistas publicadas en Francia y España. Se publicó in extenso en el diario francés Le Monde del 19 de marzo de 1994. Supe por sus hijos que a Torrente le había agradado la experiencia y podía contar con él para otra.
Un par de años después fui a visitarlo, en compañía del llorado Carlos Casares, a su casa de La Ramallosa, en la provincia de Pontevedra. Andaría por los ochenta años y se mostraba coqueto y seductor. Había allí dos chavalas muy atractivas, y él se ufanaba de posar con ellas para que lo fotografiasen entre “una morena y una rubia, hijas del pueblo de Madrid”, canturreaba como don Hilarión en La Verbena de la Paloma. Pues sí, allí me atreví a proponerle otra colaboración. Acababa yo de publicar La pasión de la Bella Otero, y supuse que no le disgustaría escribir unas ocho o diez páginas sobre nuestra paisana. El pintor Bonifacio las ilustraría con otras tantas litografías para la editorial Raíña Lupa. Aceptó sin reparos, y el cofre con texto e ilustraciones se editó en París en 2000 (2). Salió caro : unos 2.400 euros. Tengan en cuenta que se trata de un texto inédito de Torrente Ballester y seis litografías originales de Bonifacio, uno de los grandes pintores españoles, numeradas y firmadas. Carlos Casares se encargó de la traducción al gallego e Ignacio Ramonet y yo al francés.
Al terminar aquella visita, Carlos Casares, presidente entonces del Consejo de Cultura Gallega, nos invitó a cenar en su casa, a un par de kilómetros de La Ramallosa. Un lugar fascinante con jardín, piscina, animales sueltos por el verde y una colección de locomotoras en miniatura como yo nunca viera, que Carlos coleccionaba y trataba como tesoros. “Ven aquí cuando quieras y con quien quieras –me ofreció Carlos–. Tenemos dos habitaciones para los amigos.” Me enseñó una de ellas : cama doble, sillas, mesa, todo de madera y un piano de cola Pleyel. “Sí, ven este verano –insistió Torrente–. Podremos hablar largo y tendido.”
Regresé a París con el firme propósito de volver el año siguiente, y extendí la invitación a mi mujer. Pero yendo una mañana al taller de Miquel Barceló por la calle de Rivoli me sentí mal. Unos pasos más y caigo al suelo. Me recogieron unos transeúntes, y ante mi negativa de que llamaran a una ambulancia, me dejaron allí tirado. Dos veces me levanté, otras tantas volví a caer, pero al fin llegué a casa de Barceló. Le bastó con verme la cara para llamar inmediatamente a un taxi que me llevara a mi casa. En el mismo coche fuimos mi mujer y yo de hospital en hospital hasta dar con el Lariboisière, donde me diagnosticaron un derrame cerebral. Pasé unos cuantos meses allí, y luego seis o siete de recuperación : memoria, marcha, equilibrio, dicción. Cuando recobré todos los sentidos me enteré de que, en el entretanto, habían desaparecido Torrente Ballester y Carlos Casares. O sea, que me quedé sin vacaciones, sin Pleyel y sin dos amigos recientes. <
NOTAS :
(1) Léase Ramón Chao, El Lago de Como, Argos Vergara, Barcelona, 1983.
(2) Cofre de la Bella Otero, Editorial Raíña Lupa, c/ Sant Eusebi, 40-44, 08006 Barcelona, tel. 93 414 15 97, www.rainalupa.com