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¿Rumbo a una Europa militar?

Lunes 29 de mayo de 2017   |   Bernard Cassen
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Con frecuencia se ha comparado la construcción europea con un ciclista: si no avanza, se encuentra en equilibrio inestable y termina por caer al suelo. En efecto, los dirigentes de los Estados y de las instituciones de la Unión Europea (UE) deben brindar constantemente a los ciudadanos motivos para estar juntos. Ésta es incluso la principal actividad de la Comisión Europea que, sin parar, produce proyectos de actos legislativos bautizados como “avances”.

El problema se complica cuando no hay sólo uno sino 28 ciclistas y, en un entorno internacional amenazante, no todos pedalean en el mismo sentido. En un caso así, el método es bien conocido: a falta de llegar a un acuerdo sobre los dosieres ya existentes, se abre uno nuevo en el cual se podrían hacer “avances” que suministrarían el combustible necesario para una nueva “reactivación” del proyecto europeo.

Ahora ese dosier es el de la perspectiva de una Europa militar. La coyuntura es favorable a un proyecto de esta índole en la medida en que puede ser presentado a las diversas opiniones públicas de la UE como una herramienta para protegerse del terrorismo y de los demás impactos de los conflictos armados en curso en Oriente Próximo, así como para encarar las ambiciones atribuidas a Rusia.

La Europa de la defensa no es un tema nuevo. Fue planteado inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la Guerra Fría. Dos problemáticas han estructurado los debates a este respecto: ¿Cuál será la implicación de Estados Unidos en la seguridad de Europa? ¿Y cuál será el procedimiento de la toma de decisiones –intergubernamental o supranacional– en un eventual dispositivo militar europeo?

De hecho, nunca ha existido ningún proyecto consensuado de defensa europea exclusivamente a cargo de los europeos. Todos los Gobiernos, salvo los del general De Gaulle (1958-1969), han considerado que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), creada por el Tratado de Washington (1949), constituía un seguro a todo riesgo contra la Unión Soviética.

La Comunidad Europea de Defensa (CED), basada en el modelo supranacional de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), fue el primer intento de integración militar, el cual fue rechazado por Parlamento francés en 1954. Aún hoy es erróneamente etiquetada de “europea” a pesar de que colocaba un eventual ejército europeo bajo la tutela del comandante en jefe de la OTAN, un general estadounidense nombrado por el Presidente de Estados Unidos.

El fracaso de la CED dejó una profunda huella y trazó la “línea roja” de cualquier iniciativa en materia de defensa europea: para Londres y para la casi totalidad de los miembros de la UE, el único y verdadero instrumento de defensa europea es la OTAN (1), y toda nueva organización militar debe ser compatible con este imperativo.

Pero la elección de Donald Trump ha cambiado bruscamente la situación debido a sus declaraciones contradictorias con respecto a la OTAN. La confianza de los dirigentes europeos en el vínculo transatlántico se ha erosionado. De ahí, a fin de llenar el vacío y, al mismo tiempo, para “reactivar” la UE, las propuestas franco-alemanas de realizaciones concretas (especialmente en materia de investigación militar y de desarrollo de materiales de forma conjunta). Sumadas, éstas acabarían constituyendo una política europea como las demás.

La gran debilidad de este proyecto es que no especifica cuál es la amenaza a la que se supone que debe responder. Lo que, como principal prioridad, obligaría a la UE a elegir el estatus que le asigna a Rusia en su doctrina estratégica: ¿un país socio, aliado o adversario?  

 

NOTAS:

(1) Y ello a pesar del “avance” de la cumbre franco-británica de Saint-Malo (1998), que finalmente desembocó en el Tratado de Lisboa, sobre la posibilidad de una “política de seguridad y de defensa común” (PSDC).





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