La expresión “novela gráfica” no puede ser más acertada. Su intención es provocar un fenómeno parecido al que supuso el surgimiento de la novela moderna en la historia de la literatura. Con esa idea en mente, muchos autores se han lanzado a explorar lo que hasta el momento había sido un terreno prácticamente virgen. Y de entre la variedad de enfoques que ha tenido la “novela gráfica”, quizá el más interesante sea aquel que se propone dejar testimonio de los conflictos del mundo en que vivimos.
En efecto, el propio lenguaje del cómic posee ciertas cualidades que le permiten llenar el hueco existente entre la escritura y el lenguaje audiovisual. Si es cierto que, como afirmó Marshall McLuhan, “el medio es el mensaje”, no estaría de más plantearnos si no hacen falta más medios para representar la realidad. El lenguaje dominante del cómic resulta abiertamente subjetivo y al mismo tiempo permite, mediante la inclusión de texto escrito, precisión en la exposición. Se trata de un medio que puede conjugar la expresión visual con el lenguaje escrito, herramienta fundamental del pensamiento. Se aleja por tanto del pretendido realismo del lenguaje audiovisual y al mismo tiempo es capaz de aportar la plasticidad que suele faltar en la crónica escrita. De este modo la "novela gráfica" permite comprender el mundo en que vivimos. Entre muchos ejemplos, vamos a citar algunos de los más significativos.
Joe Sacco, un maltés residente en Estados Unidos, es uno de los autores más interesantes del panorama actual. Su método de trabajo consiste en sumergirse en el tema tratado, convivir con los protagonistas y acercarse a su realidad. Sus dos obras más emblemáticas suponen un claro ejemplo del potencial del lenguaje del cómic como herramienta periodística. Palestina, en la franja de Gaza (Planeta De Agostini) relata la visita del autor a una de las zonas más conflictivas del mundo durante el invierno de 1991-1992. Aunque la situación ha empeorado desde entonces, la lección que transmite sigue siendo válida. Para una parte de los medios de comunicación, los israelíes son víctimas mientras que los palestinos son simples terroristas. Ante esta situación, Joe Sacco se planteó viajar a Palestina con la intención de convivir con los segundos, ver el mundo a través de sus ojos y de retratarlos con todas sus contradicciones. En otras palabras, trató de humanizarlos.
El resultado es una especie de diario de viaje en el que, episodio tras episodio, se van narrando todo tipo de situaciones, desde las más duras a las más amables. La fuerza del relato sería suficiente para convertirlo en algo digno de ser leído. Pero si dicha obra ha cosechado tanto éxito se debe en gran parte a lo acertado del enfoque formal, el cual encaja a la perfección con la idea del “periodismo gráfico”. La composición, el ritmo narrativo y el propio estilo de dibujo forman un conjunto capaz de causar una impresión muy viva en el lector. Mientras que la fotografía o el vídeo retratan la realidad uniformemente, con Joe Sacco sabemos que cada agujero de bala y cada detalle ha sido dibujado intencionadamente.
Con esa misma técnica, Sacco realizó, durante los últimos meses de la guerra de Bosnia (1992-1995), su obra cumbre, Gorazde : zona protegida (Planeta De Agostini). A través de las vivencias del autor en la propia ciudad (bajo supuesta protección de la ONU), las entrevistas realizadas a sus gentes y una consistente documentación histórica, Joe Sacco nos hace comprender el conflicto en sus múltiples facetas. Una apuesta valiente, pues esa guerra fue presentada en su momento a la opinión pública como una barbarie irracional, sin analizar sus verdaderas causas. En este sentido, Joe Sacco realiza también una reflexión sobre la profesión periodística y el daño que pueden causar sus prejuicios. Así, como si quisiera poner remedio, la narración se vuelve menos subjetiva e incluye recreaciones que son objeto de un excelente tratamiento formal. En todo caso, el hecho de que el narrador sea un personaje más, nos previene contra una objetividad aséptica.
En la misma línea pero desde una óptica más relacionada con el diario personal, encontramos una buena variedad de obras. Una de las que más revuelo han levantado en los últimos años, llegando incluso a realizarse una adaptación al cine, ha sido Persépolis (Norma Editorial), de la iraní afincada en Francia Marjane Satrapi. Proveniente de una familia laica y progresista, la autora vivió, siendo una niña, la caída del Sha y la llegada de la revolución islámica. Con un estilo directo y un dibujo sencillo, esta “novela gráfica” deja constancia de las tensiones de una sociedad que se va hundiendo en la teocracia. El ambiente se llega a volver tan irrespirable para su familia que finalmente la niña es enviada a Viena para completar sus estudios, donde sufrirá asimismo el castigo del desarraigo.
Más cercano al concepto del diario de viaje encontramos El Fotógrafo (Glénat), obra de colaboración entre Didier Lefèvre y Emmanuel Guibert. Editada en tres álbumes, cuenta la experiencia de un fotógrafo encargado de seguir a una misión de Médicos Sin Fronteras en las montañas de Afganistán durante la guerra contra las fuerzas de la Unión Soviética. Aparte de la dureza ocasional del relato debida a las condiciones de vida de la región (no necesariamente relacionadas con la guerra), el experimento nos regala un curioso híbrido entre el reportaje fotográfico y la “novela gráfica”. El resultado es un original retrato de la sociedad afgana tan poético como documental.
En términos similares, pero con un enfoque más ligero y en cierto modo distanciado, encontramos la trilogía del canadiense Guy Delisle : Pyongyang, Shenzhen y Crónicas Birmanas (Astiberri). La narración se centra en las estancias del autor en la hermética Corea del Norte, en la China más industrial y en la Myanmar de la dictadura militar. En este caso, la excepcionalidad del relato viene dada por una autocrítica observación del autor. No se trata de una visión rigurosa, ni lo pretende a juzgar por su estilo caricaturesco, pues sus obras nos acercan a estas sociedades desde la óptica de un visitante extranjero. En este sentido, cabe destacar la extrañeza que podemos experimentar frente al orweliano régimen norcoreano.
Con similares objetivos, enfocados hacia la recreación histórica, encontramos también una buena colección de obras. Entre ellas destaca, por la notoriedad que le supuso ganar el premio Pulitzer en 1992, Maus, relato de un superviviente (Planeta De Agostini, Inrevés Ediciòns) de Art Spiegelman. Atendiendo a toda la dimensión de la "novela gráfica", este clásico del cómic reconstruye la vivencia del padre del autor durante la invasión nazi de Polonia, la persecución de los judíos y su posterior internamiento en el campo de exterminio de Auschwitz. Por lo estremecedor del relato, su estilo directo y su sobriedad formal, este relato se ha convertido en la punta de lanza de la popularización del cómic para adultos.
Otras persecuciones, esta vez relacionadas con la historia reciente de España, son las que hallamos en las “novelas gráficas” de Carlos Giménez. Paracuellos (Glénat, DeBolsillo) describe con descarnada claridad su paso por uno de los orfanatos de la llamada “Obra Nacional de Auxilio Social”, donde experimentaría la represión franquista. Organizada en pequeños episodios, serializados desde 1977 hasta 2003 en seis álbumes y luego recopilados en un solo libro, esta obra autobiográfica sirve además como testimonio de la evolución de uno de los autores que mejor domina el lenguaje del cómic. Eterno defensor de las virtudes del medio, Carlos Giménez destaca también por la sensibilidad humana y social de sus historias. Lo demuestra en obras como Barrio (Glénat) o 36-39, Malos Tiempos (Glénat).
No menos impresionante resulta el relato de Keiji Nakazawa en los siete volúmenes de Hiroshima (Otakuland). Con un aspecto que recuerda al manga más tradicional y juvenil, esta obra nos acerca al horror que supuso para el autor, siendo un niño, convertirse en uno de los pocos supervivientes de la bomba atómica. El relato empieza describiendo el ambiente militarizado del Japón de aquellos años y termina mostrando la miseria humana generada por la guerra y la ideología imperial. En contra de lo que pudiera parecer, la lectura resulta ágil, y un mensaje esperanzado subyace en todo momento.
Para terminar este breve repaso a la “novela gráfica” como testigo de nuestro tiempo, cabría mencionar la minuciosa biografía que realizó el canadiense Cherter Brown del controvertido Louis Riel (La Cúpula). Líder de los llamados métis (mestizos nacidos de la convivencia entre los pueblos originarios y los colonos franceses), Louis Riel encabezó una lucha por los derechos de su pueblo tras la venta de su territorio a Canadá por parte de la Compañía de la Bahía Hudson. Más allá de su interés histórico, la obra destaca como un ejercicio de estilo que combina a la perfección la claridad documental con elementos de profundidad psicológica.
Todos estos testimonios comprometidos, entre otras propuestas de izquierda, los podemos encontrar en esas secciones que las buenas librerías consagran hoy al cómic y a la “novela gráfica”, y de las que todavía algunos lectores pasan de largo.
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