En Montevideo, la capital de la República Oriental del Uruguay situada en la costa norte del Río de la Plata, Eduardo Galeano (1940-2015) tenía la costumbre de visitar el café Brasilero, no lejos de la catedral en la que fue bautizado el muy misterioso Isidore Ducasse, autoproclamado conde de Lautréamont, el 16 de noviembre de 1847. En los primeros años del siglo XXI, a menudo tuve la oportunidad de perseguir la sombra del autor de Los cantos de Maldoror en el laberinto de calles de la ciudad fundada en 1726 por colonos españoles alertados por la codicia de los portugueses, deseosos de extender su colonia brasileña. Durante esas deambulaciones australes pensaba en Jules Laforgue y Jules Supervielle, dos poetas de lengua francesa también nacidos en Montevideo. Con un ejemplar de El hombre de la Pampa (1) en el bolsillo, mis pasos me llevaban sin falta hacia el café Brasilero, en la calle Ituzaingó, donde esperaba distinguir a Eduardo Galeano, el hombre que en 1971 había publicado Las Venas Abiertas de América Latina, un libro traducido en el mundo entero, convertido en el breviario de la emancipación en América del Sur. Las Venas Abiertas (2) es la historia del saqueo metódico de un continente que comenzó a finales del siglo XV y que ha continuado sin interrupción desde entonces, a pesar de los ciclos de colonizaciones y de descolonizaciones.
Sin embargo, no fue gracias a ese libro como descubrí al escritor uruguayo al que el Premio Nobel de Literatura se le escapó por razones que no se explican –o que se adivinan demasiado bien–, sino con El fútbol a sol y sombra, traducido en Francia en 1998 y acompañado de un ensayo del filósofo Jean-Claude Michéa, Les Intellectuels, le Peuple et le Ballon rond (Los intelectuales, el pueblo y el balón) (3). Una celebración lírica del arte de chutar a puerta, entretejida de reflexiones sobre los efectos del paso del tiempo : “La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable”.
Una tarde de febrero muy clara y muy azul, finalmente conocí a Eduardo Galeano en Montevideo. Un amigo de Buenos Aires me había dado su número de teléfono. A ambos lados del Río de la Plata, escritores, intelectuales y artistas dan fácilmente la sensación de vivir en el seno de una pequeña república fraternal. De un amigo al otro, rápidamente es posible conocerlos a todos. “Venga mañana a las tres de la tarde”, me había indicado simplemente el escritor. Yo había preparado demasiadas preguntas en mi libretita, pero se tomó el tiempo de responderlas todas. Esta gentileza es Uruguay…
Por mi culpa la conversación comenzó torpemente. Le hablaba a Eduardo Galeano de Luiz Inácio Lula da Silva, de Evo Morales, de Hugo Chávez y de José Mujica, entonces presidente de la República del Uruguay al que había conocido dos días antes en Garzón, un pequeño pueblo del interior del departamento de Maldonado. “Pepe” me había causado una impresión muy fuerte e intentaba hablarle de eso al autor de El libro de los abrazos (4), bonita serie de instantáneas que elogian el abrazo, “ese gesto amistoso tan frecuente en América Latina, que nos lleva a tomar en los brazos a cualquier persona que tenemos el placer de encontrar o la tristeza de abandonar, cualquier ser humano al que queremos manifestarle el impulso fraternal de nuestro corazón”. El placer, la tristeza y el impulso fraternal… Me tendría que haber limitado a esas piedras angulares de la obra de Galeano. Él había sido un gran periodista y un inmenso ensayista político, autor de numerosos textos teóricos y críticos. Pero en el ocaso de su vida, sus combates pasados ya no le interesaban tanto como antes. Me llevó un tiempo medirlo ; demasiado emocionado por estar sentado frente a uno de los principales actores de las luchas por la dignidad de los pueblos de América Latina ; demasiado apresurado por repasar con él sus compromisos de los tiempos de la dictadura militar en Uruguay (1973-1985), cuando él vivía en España, después de haber abandonado Argentina, país donde se había exiliado y que también conocería, en 1976, un golpe de Estado.
Sobre la mesa, entre nosotros, yo había puesto Las Venas Abiertas de América Latina y El fútbol a sol y sombra. Podía sentir claramente que le molestaba que sólo le hablaran de esos dos libros. ¿Acaso me había olvidado de que también había escrito Días y noches de amor y de guerra (5), Los nacimientos, Las caras y las máscaras, El siglo del viento (6) y Patas arriba (7) ? En cinco décadas de escritura, desde comienzos de los años 1960 hasta principios de los años 2010, Galeano publicó unos treinta libros en registros muy variados, con una predilección por las formas literarias capaces de celebrar las felicidades frágiles : prosas poéticas, historias cortas, destellos de memoria, “palabras andantes”, fragmentos sin orden ni continuación. “De tiempo somos. Somos sus pies y sus bocas. Los pies del tiempo caminan en nuestros pies. A la corta o a la larga, ya se sabe, los vientos del tiempo borrarán las huellas. ¿Travesía de la nada, pasos de nadie ? Las bocas del tiempo cuentan el viaje” (8). Como anécdota, es divertido recordar que el presidente venezolano Hugo Chávez le regaló Las Venas Abiertas a su homólogo Barack Obama, el 18 de abril de 2009, en una cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago. Pero solamente como anécdota, ya que siempre llega el momento de olvidar la anécdota para volver a la poesía : solo ésta autoriza pasar de la sombra a la luz. Política y militante, capaz de reflejar aspectos muy sombríos de la realidad, la obra de Eduardo Galeano sabe también, sabe sobre todo recordar la alegría exultante de los pueblos de América.
En Montevideo, el escritor de mirada azul intenso me recordó que la realidad de la que quería dar testimonio libro tras libro no tenía nada que ver con la realidad falsificada que agitaba los mercados financieros. “El carácter tan rico, tan contradictorio y tan diverso de América Latina, esta tierra despreciada, aparece en los aspectos no visibles de la realidad, lejos del círculo en el que actualmente se encierra la política y la economía. Pero esos aspectos invisibles de la experiencia humana son la realidad misma… Cuando le presto mi voz a los sin voz, no me refugio fuera de lo real. La realidad sigue siendo mi principal fuente de inspiración, con sus alegrías y sus tristezas, sus tormentas y sus escampadas. Yo cuento historias chiquitas que tienen la vocación de ayudar a ver la Historia Grande. Como en un mosaico, los azulejos de color colocados uno al lado del otro terminan componiendo un cuadro de la realidad. Veo el universo entero a través de historias minúsculas, como se mira una habitación a través del agujero de la cerradura. Es una forma de revelar a mis lectores la posibilidad de vivir a fondo, con toda la energía posible. Las razones para llorar son infinitas. Pero las razones para reír también existen. Es importante conservar, a la vez, la capacidad de celebrar la realidad y el valor de denunciarla”.
Ese arte inigualable de despertar el espíritu de libertad adormecido en el corazón de las personas se dilucida particularmente en Las palabras andantes (Del Chanchito, 1993), una selección de cuentos acompañados de grabados del artista brasileño José Francisco Borges –dado que a Galeano, que realizó sin cesar una obra pedagógica dirigida a los humildes, le gustaba que sus libros estuvieran ilustrados con dibujos–. Las breves historias del escritor dan cuenta de un mundo que todavía no ha salido de la inocencia –de allí su fragilidad frente a los depredadores de cualquier naturaleza–. Nativo de un continente tejido con sueños, con fábulas y con leyendas, en el que a los hombres, a las mujeres y a los niños les gusta que les cuenten historias en voz alta, el escritor cumple sus expectativas abriendo ventanas sobre un mundo interior en el que se mueven personajes fabulosos.
Al leerlo, descubrimos la supervivencia de una auténtica cultura popular en las tierras del Sur a las que el capitalismo desangró después de haberle abierto las venas. Allí, el bien y el mal, el recuerdo y el olvido son cosas simples y claras ; y los pobres viven en un mundo mucho más verdadero que los ricos. También encontramos esa sensación en la literatura de cordel del nordeste brasileño, llamada así por la cuerda en la que esos pliegos de poesía popular están colgados con pinzas de la ropa en los mercados. Al adoptar un estilo que restituye el encanto de lo hablado, el escritor recuperó una cultura popular que la televisión no había podido destrozar. Esto nos permite escucharlo escribir. “La mujer habitada sabe cuándo y sabe qué. Sabe cuándo por lo que dicen la luna y el cuerpo. Sabe qué por lo que dicen los sueños. Si ella sueña con hilos o vasijas, tendrá hija. Si sueña con metales, sombreros o huevos, tendrá hijo”.
Eduardo Galeano no desdeña la palabra “utopía”. No debemos burlarnos de ese “no lugar” en el que los hombres inventan sin cesar una común esperanza de justicia, amor y paz, sino acelerar su advenimiento. Galeano lo recuerda en Las venas abiertas : “¿Tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos ? La pobreza no está escrita en los astros ; el subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de Dios. Corren años de revolución, tiempos de redención. Las clases dominantes ponen las barbas en remojo, y a la vez anuncian el infierno para todos. En cierto modo, la derecha tiene razón cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden : es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin : la tranquilidad de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre hambrienta”. Existe otro mundo oculto bajo este mundo ; la justicia es posible aquí y ahora. Después de separarme de Galeano, me había olvidado de la catástrofe ecológica y los intereses del momento. Para recordar al escritor uruguayo, simplemente vuelvo a pasar por el corazón, vuelvo a leer “Ventana sobre la utopía” (9) : “Ella está en el horizonte (…). Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía ? Para eso sirve : para caminar”.
Si Eduardo Galeano nos hubiera enseñado solamente eso, ya sería mucho.
NOTAS :
(1) Jules Supervielle, El hombre de la Pampa, Interzona, Buenos Aires, 2007.
(2) Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina, Siglo XXI, Buenos Aires, 1971.
(3) Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, Siglo XXI, Buenos Aires, 1995 ; Jean-Claude Michéa, Les Intellectuels, le Peuple et le Ballon rond, Climats, Castelnau-le-Lez, 1998.
(4) Eduardo Galeano, El libro de los abrazos, Siglo XXI, Buenos Aires, 1989.
(5) Eduardo Galeano, Días y noches de amor y de guerra, Del Chancito, Montevideo, 1978.
(6) Los tres reunidos bajo el título Memoria del fuego, Del Chanchito, Montevideo, 1982-1986.
(7) Eduardo Galeano, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, Macchi, Montevideo, 1998.
(8) Eduardo Galeano, Bocas del tiempo, Catálogos, Buenos Aires, 2004.
(9) Eduardo Galeano y José Francisco Borges, Las palabras andantes, Montevideo, Del Chanchito, 1993.