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UN DELATOR REGRESA A URUGUAY

La pesadilla del culpable

samedi 5 septembre 2015   |   Federico Iribarne
Lecture .

Se trata de Héctor Amodio Pérez, un antiguo dirigente tupamaro que traicionó a todos sus compañeros vendiendo información a los militares uruguayos a cambio de su vida y de la de su compañera de entonces, Alicia Rey Morales, también connotada tupamara y traidora. Apadrinado por el general Francisco Franco, dictador español, Amodio Pérez salió de Uruguay a finales de 1973 con una nueva identidad ; todo esto formaba parte del acuerdo realizado con los militares que gobernaban y que aterrorizaban entonces Uruguay. Y, después de cuarenta y dos años, acaba de aparecer, el 7 de agosto, en un golpe de marketing, presentando un libro de memorias en Montevideo. Sentenciado a muerte por sus antiguos compañeros del movimiento Tupamaro, vivió escondido en Madrid estas cuatro décadas. Ahora se presenta de manera provocativa, aunque acompañado por un séquito impresionante de guardaespaldas, pues sabe que se la tienen jurada...

Que por falta de causas no va a ser, vamos, si este sujeto las acumula como lo haría un obsesivo coleccionista con algunos objetos raros, tapizando muros, llenando vitrinas y cajones. Si se zafa esta vez, habría que endilgarle la culpa quizás a tanto vericueto, a tanta dilación, en fin, a las innumerables pruebas con pelos y señales que la Justicia exige a la hora de mandar a un individuo tras la rejas.

Ahora se llama Walter Salvador Correa Barboza. El nombre de una persona se utiliza comúnmente para distinguirla del resto, pero no está a salvo de sufrir modificaciones con el paso del tiempo, así como tampoco un mero cambio de patronímico puede borrar lo hecho anteriormente por un individuo. Vive, desde hace unos 42 años, en España ; claro que esto se ha sabido recientemente, hace apenas un par de años para ser precisos, cuando él mismo decidió que era el momento propicio de salir de la cueva. Porque fue a finales de 1973 cuando salió de su Uruguay natal para instalarse en España. Se presume que abandonó el territorio uruguayo como Walter, qué importa, pero no con el nombre que todos conocían desde su nacimiento, allá por 1937.

Hay quienes se preguntan por qué razón habrá decidido salir de su escondite y blanquear, digamos, su situación después de tantas décadas. Tal vez, primero habría que preguntarse por qué este individuo ha estado viviendo entre los españoles con otro nombre, extremando cuidados para que nadie supiera que allí se encontraba. La respuesta parece evidente : cuando una persona ha sido sentenciada a muerte, intenta hacerse olvidar rehaciendo su vida lejos de quienes lo persiguen, aunque para ello deba dejar las plumas en la batalla : cambiar de ciudad, de país, de continente, de aspecto, de rostro, de nombre, de amistades, de historia.

“Yo lo conocí en el liceo Dámaso Antonio Larrañaga, el N° 3, que en aquella época estaba en la esquina de Paysandú y Julio Herrera y Obes, a mediados, finales de los cincuenta, antes del asunto de la ley de autonomía de la Universidad de 1958” –señala el escritor y periodista uruguayo Hugo Fontana en su novela La Piel del Otro (Cal y canto, Montevideo, 2001), inspirada en el susodicho–. “No recuerdo si era segundo o tercero de liceo ; él era un personaje muy extraño, un tipo muy encerrado en sí mismo, medio autista, no se daba con nadie, no establecía muchas relaciones con la gente y tenía muchas actitudes provocativas con respecto a los profesores : por ejemplo, en mitad de una clase se ponía a leer el diario ostensiblemente, ese tipo de cosas. Incluso fuera de clase, nunca estaba con el resto de la gente ; siempre estaba solo, nunca supimos exactamente por qué, nunca hablamos mucho con él, salvo cosas elementales. Todo el mundo que lo conoció en esa época lo recuerda así”.

Resulta difícil imaginar a alguien tan reservado y solitario entretejiendo una nueva historia personal e inventando un envidiable linaje, datos con que llenar los oídos de curiosos vecinos ibéricos. Difícil pero imperioso ; esconderse las 24 horas del día para mantener la vida a salvo no es para cualquiera. Hay que estar hecho de otra madera para soportar 42 años en “la piel de otro”, vivir a diario contando apócrifas anécdotas y soportar en un hermético silencio el peso de los verdaderos recuerdos, los que han de avasallarlo una vez la cabeza puesta sobre la almohada y dirán, palabra más palabra menos, siempre lo mismo :

“En octubre de 1973 huí hacia Madrid con mi compañera de entonces, Alicia Rey Morales, después de haber colaborado con las Fuerzas Conjuntas del Uruguay, a terminar de una vez por todas con el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Yo mismo, Héctor Amodio Pérez, integré la dirección de dicho movimiento entre 1968 y 1970. Conocía como nadie todos los resortes de la organización y me valí de esa información para hacer caer a mis antiguos compañeros militantes uno tras otro, a partir de febrero de 1972, cuando me hicieron prisionero. Claro que lo hice para mantener mi vida y la de Alicia –también detenida por ese entonces– a salvo. Estuve en el Regimiento N°9 y en el Batallón Florida, pero no se puede llamar a eso ’detención’. Gozábamos con Alicia de un trato especial, que formaba parte del arreglo hecho con los militares por traicionar a mis antiguos compañeros tupamaros. Después de casi dos años de estrecha colaboración con las Fuerzas Armadas, el general Esteban Cristi, entonces jefe de la División de Ejército I, me dio un pasaporte con mi nueva identidad : Walter Salvador Correa Barboza, nombre con el que llegué a España y obtuve la nacionalidad española, previo acuerdo entre el entonces dictador uruguayo Juan María Bordaberry y el general Francisco Franco, que incluía la entrega de documentos españoles con la nueva identidad y, además, un trabajo...”.

En 2013, Amodio Pérez sale por primera vez a la superficie después de 40 años a pesar de estar sentenciado a muerte por sus antiguos compañeros del MLN-T, que no han cesado de buscarlo a lo largo y a lo ancho de este mundo durante cuatro décadas. Sirvieron para la ocasión los periódicos El País y El Observador, ambos de Montevideo, que no dudaron en prestar sus páginas para que el “hombre muerto” (Lucía Topolansky dixit, antigua militante del MLN-T, pareja del ex presidente y también tupamaro José Mujica, actual senadora por el Frente Amplio) hiciera sus descargos.

La línea de defensa de Amodio Pérez parece un tanto débil para hacer frente a semejantes acusaciones : no duda en decir que él es un chivo expiatorio, que el MLN-T estaba “destinado al fracaso” por errores cometidos por la dirección de entonces, que él jamás entregó a nadie ni mucho menos participó en torturas, como algunos le endilgan. La pregunta se impone : si no cooperó con las Fuerzas Armadas traicionando a los suyos, ¿cómo es posible entonces que lo dejaran partir junto a Alicia Rey Morales, siendo que ambos integraban las listas de los tupamaros más buscados ? Mientras miles de uruguayos eran detenidos en condiciones infrahumanas durante años, torturados, desaparecidos o asesinados, ¿mediante qué extraño arte de birlibirloque los militares dejaron partir con una nueva identidad, con casa y con trabajo a miles de kilómetros a dos de los revolucionarios más buscados ?

Con motivo de la presentación del libro Palabra de Amodio (Ediciones de la Plaza, Montevideo, 2015), escrito por el investigador Jorge Marius, llegó Héctor Amodio Pérez a Uruguay el pasado 7 de agosto. En esta oportunidad no se camufló como en otras y arribó al Aeropuerto Internacional de Carrasco protegido por un fuerte dispositivo de seguridad. De la incomprensible reivindicación que comenzó lentamente a esgrimir allá por el 2013 pasó ahora a una clara provocación, ingresando públicamente al país del que debió huir, como si no le importaran las amenazas, como si no tuviera nada que reprocharse : “Hubo 20.000 presos, desaparecidos, torturados, niños que faltan”, señaló Mauricio Rosencof, escritor e histórico dirigente del MLN-T. “En vez de llamar a la Justicia debieron llamar a la barométrica”, concluyó, haciendo alusión a las denuncias presentadas contra Amodio el mismo día de su llegada. Apenas arribado al Uruguay comenzó a ser investigado, pues el pasaporte español con el que viajaba, si bien se trata de un documento válido, presenta la particularidad de estar a nombre de Walter Correa Barboza, pese a que él vino a presentar un libro que habla de él y reconoce ser Héctor Amodio Pérez. Aunque no sea un pasaporte falsificado, ¿cómo es posible ser una persona y pasearse con documentos a nombre de otra ?

La segunda citación fue pedida por el fiscal Carlos Nigro e involucra a Amodio en una causa abierta en 2011 por 28 mujeres, quienes denunciaron violaciones durante su detención en la Cárcel de Punta de Rieles, allá por el año 1972 y a principios de la dictadura militar uruguaya, tras el golpe de Estado del 27 de junio de 1973. El mencionado fiscal decidió citarlo después de que los militares Orosmán Pereyra y Asencio Lucero –ambos capitanes del Ejército por aquellos tiempos que reconocieron su participación en torturas– nombraran a Amodio en sus declaraciones. Hay otras dos denuncias presentadas por el director del semanario Caras y Caretas, Alberto Grille, quien entregó a la Justicia una lista de personas que, o bien fueron detenidas porque Amodio los señaló en la calle cuando salía a hacer rondas en camionetas vestido con uniforme militar, o bien afirman haberlo visto en cuarteles colaborando estrechamente con oficiales del Ejército. La jueza actuante dispuso entonces la prohibición de abandonar el país mientras se investiga la causa. Parece ser que, esta vez, la provocación le salió mal a Héctor-Walter. Como se decía precisamente en Uruguay, cuando la estadía de una persona duraba más de la cuenta : “vino por una changa y quedó efectivo”. Todo indica que tendrá que quedarse por algún tiempo en Montevideo a pesar de haber manifestado a la jueza su firme voluntad de regresar a Madrid cuanto antes.

Que por falta de causas no va a ser, vamos, pues este individuo las colecciona por paquetes. Pero si se zafa esta vez de la Justicia, somos muchos los que deseamos que continúe purgando la otra condena, la que lo ha de visitar cada noche desde hace 42 años cuando apoya su cabeza de Héctor en su almohada de Walter y las decenas de compañeros torturados, desaparecidos y asesinados, los niños que faltan por haber sido separados de sus padres detenidos que nunca más volvieron a sus familias, todos los que de alguna manera fueron víctimas de la dictadura militar uruguaya (1973-1985) por haber sido entregados por él, por Héctor Amodio Pérez, llegan hasta su cielo sin estrellas ni luna para desfilar uno tras otro por su conciencia...

Dice el joven y talentoso compositor uruguayo Tabaré Cardozo en su canción “El tiempo me enseñó”, del disco Pobres Poderosos : “El tiempo me enseñó que la miseria / es culpa de los hombres miserables, / que la Justicia tarda y nunca llega, / pero es la pesadilla del culpable...”. Y ojalá que nunca pueda despertarse.





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