La sélection du Monde diplomatique en español

Retrato extraoficial

vendredi 8 juin 2012   |   John Berger
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El expresidente francés ha anunciado que tras su derrota electoral se retirará de la política. Todavía está por ver lo que significa esto en relación con sus actividades en el futuro. En las circunstancias presentes y viniendo de un líder político francés, el comunicado resulta, con todo, sorprendente.

La verdad es que Sarkozy nunca fue un político en el sentido en el que lo fueron todos los demás presidentes de la Quinta República. Su papel fundamental fue diferente desde el principio, y sólo si definimos esto, podemos entender su modo de actuar, sus motivos y su destino histórico.

Tengo que dejar claro que no soy un comentarista político. Soy un observador apasionado de los gestos, las reacciones y el comportamiento. Observo de cerca las actuaciones, las interpretaciones, de la gente.

Sarkozy fue (es) un agente encubierto. Llegó a la arena política nacional con una misión secreta que servía a los intereses de una potencia exterior global : el capital especulativo financiero, que, por definición, amenaza los intereses de ­cualquier Estado. Como señala sucinta­mente Zygmunt Bauman, las fuerzas empresariales que gobiernan hoy el mundo están “libres de toda limitación territorial, de las limitaciones de locales”.

La misión secreta de Sarkozy consistía en desmantelar en Francia primero y luego en la Unión Europea todas las tradiciones y organismos estatales que pudieran resistirse o mostrarse hostiles a las prioridades de las nuevas fuerzas del mercado global y deslocalizado.

Sarkozy creía profundamente en esta misión, pero no porque la hubiera planea­do él –no es un George Friedman–, sino porque la asumió como algo personal ; era lo que daba sentido a su vida, a sus ambiciones y a su adicción a los juegos del poder. Jugaba a ellos como quien juega a un juego de mesa.

La política era su cobertura. Se construyó un personaje político convincente para sus asociados y para los medios de comunicación, pero que rara vez llegó a parecer creíble. Desarrolló una gran habilidad para las estadísticas y los resúmenes. Tenía todo un armario lleno de argumentos hechos a medida y argumentos prêt-à-porter. Tenía mucha energía –los agentes encubiertos aprenden a vivir sin descansar, sin poder relajarse, porque nunca están en casa–. Aprendió la retórica del patriotismo a la que todos los políticos recurren en ciertos momentos.

Y, sin embargo, rara vez llegó a parecer creíble. ¿Por qué ? En parte, porque lo que prometió no acababa de llegar. Pero, más en el fondo, porque no entendía la pasión política y, por consiguiente, le faltaba un mínimo conocimiento de la actividad, de la profesión política, y de sus contradicciones y sus historias, que muchas veces son más largas que cualquier vida. No era un Ser político : la política era su cobertura. De ahí sus recurrentes errores al evaluar las situaciones, de ahí sus decisiones imprevisibles.

Cuando nos damos cuenta de esto, pasamos a comprender mejor su caótico y patético egocentrismo, lo situamos con mayor precisión. No tiene nada que ver con el egocentrismo carismático de, pongamos, un Napoleón o un Tito. El egocentrismo de Sarkozy no es vocacional, sino situacional. Intentaré explicarlo.

La práctica satírica de representar gráficamente a los políticos y a quienes ejercen el poder como animales comenzó en el siglo xix. Enseguida nos vienen a la cabeza Grandville y Daumier. Antes de ellos, esas comparaciones críticas sólo existían en los proverbios, en el teatro callejero y en ciertas letrillas insidiosas.

Conforme la campaña electoral se acercaba a su fin, las imágenes de Sarkozy que aparecían en la televisión o en la prensa iban recordando cada vez más a un chimpancé enjaulado. En un zoo abarrotado de gente.

Millones de votantes lo observaban y lo valoraban, pero la única forma que encontraba él de responder era señalarse y referirse a sí mismo continuamente. Tenía palabras, claro, además de gestos, pero sus palabras estaban solas, eran un monólogo. No podía revelar ni entrar a explicar en detalle su verdadera misión. Y de pronto se encontró solo en la escena política frente a una Voluntad popular que insistía en una vuelta a la política de verdad, con sus pasiones y sus longevidades, una vuelta a lo que él esperaba haber desmantelado.

La jaula estaba hecha de la soledad de una misión secreta fallida.





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