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ENCUENTROS CON GENIOS DE LAS LETRAS

Jorge Semprún, libros y política

mercredi 1er avril 2015   |   Ramón Chao
Lecture .

Periodista y escritor, Ramón Chao es autor de varias novelas inolvidables. Fue también, en París donde reside, director de Radio France Internationale y corresponsal del mítico semanario Triunfo. A lo largo de esas experiencias conoció a numerosos creadores. En una serie de textos que estamos publicando desde hace más de un año, Ramón Chao va recordando cada mes, para nuestros lectores, algunos de sus encuentros con personalidades excepcionales como el escritor Jorge Semprún (1923-2011), de quien nos habla esta vez.

Cualquier vida se puede resumir en pocas líneas, incluso una tan significativa y ajetreada como la de Jorge Semprún. Nació en Madrid en 1923. Al iniciarse, en 1936, la Guerra Civil, sus padres Susana Maura Gamazo y José María Semprún, católicos y republicanos, deciden abandonar su país con toda la familia numerosa compuesta por seis hijos, dos varones y cuatro féminas. A este recuento sucinto habremos de añadir fragmentos de sus memorias : “Pasé casi toda mi niñez con mis seis hermanas y hermanos en la calle de Alfonso XI, en un barrio lujoso de Madrid”. A principios del siglo XX, su abuelo, Antonio Maura, había sido líder del Partido Conservador Español.

Salidos al exilio, y luego de un breve paréntesis en Ginebra, en 1937 se instalan en París, donde el joven Jorge prosigue sus estudios, primero en el Liceo Henri IV y luego en la Facultad de Filosofía de La Sorbona. “En el Liceo Henri IV me metieron de interno. Para mí, que había llevado una vida familiar feliz, este encierro semejaba a una cárcel dorada. Yo era entonces muy tímido y retraído. Mi francés rudimentario repercutió en mi carácter. Se me tomaba por un solitario, por un joven taciturno”. El exilio marca profundamente el ánimo del joven, como él mismo confiesa : “A los quince años, un periodo decisivo en la formación personal, se está realmente barrido de la realidad histórica con toda la familia”.

Por si fuera poco, su padre quiso que sus hijos supiesen alemán, pues, decía, el francés podrían aprenderlo en la vida cotidiana. Les puso una institutriz y ésta les hacía recitar, por turnos y en voz alta, fragmentos de “Heidi”, y luego la traducción. “Mi padre era un don Quijote ; abogado, ensayista, poeta y católico de izquierdas. Un tipo raro en su época y en España. Era corresponsal en Madrid de Emmanuel Mounier y de la revista Esprit. Cuando, en 1939, nuestro poeta nacional Antonio Machado murió en el exilio de Collioure, mi padre pasó la noche recitando sus versos. Esperaba que alguno de nosotros siguiera su camino”. En 1939 cayó Madrid. Un amigo cubano invitó a su padre a irse a la isla : “No, me quedo ! Seré un superviviente. ¡Es lo único que deseo !”. Tenía 41 años...

El padre tenía razón : el francés de Jorge mejoraba cuanto más se mezclaba con los compañeros. En 1941, los alumnos de Henry IV organizaban manifestaciones contra los nazis. “Yo siempre participaba en ellas. Gracias a esto descubrí muchas cosas, tanto en el aspecto sexual como en el literario. Allí tuve mi primera novia. Y recuerdo la silueta de Georges Pompidou, profesor de letras de mi hermano mayor Gonzalo. Daba las clases sin interés alguno. Se negaba a “desasnar literariamente a esos cretinos del primer año” (sic). Si, en cambio, los veía interesados, se entregaba con afán”.

Aunque, en mayo de 1940, su padre quiso conseguirle la nacionalidad francesa, él siempre se negó : “La idea de poseer un pasaporte francés jamás se me había ocurrido. Yo era un rojo español en Francia para toda la vida, y luego un Rotspanier en el campo nazi de Buchenwald. No se puede abandonar esa identidad bajo ningún aspecto, decía siempre. En cierta forma era el destino histórico que se me había asignado. Tenía que asumirlo”.Tampoco quería perder la lengua castellana, “aunque la encuentro muy peligrosa por su tendencia a la solemnidad y a tomarse por la lengua de Dios. El castellano se habla como un sermón o como un discurso divino. Es un idioma muy monolítico, muy cortante. Existe una retórica sui géneris que sale espontáneamente cuando uno se pone a escribir en castellano”. Sin embargo, reconocía a esta lengua como su verdadera patria, así como su color político : “Mi vida, tal cual es hoy, ha sido formada por la política”, decía refiriéndose a su abuelo (primer ministro del rey Alfonso XIII) ; del hermano de su madre Maura, uno de los fundadores de la República ; y de su padre, gobernador civil de Toledo y luego de Santander. 

Este contacto profundo con el ambiente político empuja al joven Semprún a practicar su pasión de militante : en 1941 se adhiere al Partido Comunista francés y un año después lo hace en el PC español, porque “era el partido más eficaz para luchar contra el franquismo y la Alemania nazi”. Pronto fue detenido, torturado y posteriormente deportado al campo de concentración de Buchenwald (cerca de la ciudad de Weimar). Lo mandan al bloque n° 40, destinado a los prisioneros alemanes. Por su cultura, su dominio de varios idiomas (el alemán entre ellos) lo nombran Arbeitsstatistik, con la misión de llevar el cómputo de cautivos. Paralelamente a sus ocupaciones oficiales burocráticas, ejerce una función clandestina interna en el campo : proteger a los comunistas de los kapos SS, y ayudarles en la fabricación de armas. Así lograron liberar el campo en 1945 y Semprún puede regresar a París. Europa se encontraba libre, pero no España, todavía bajo la férula de Franco.

En París trata de encontrar trabajo. Entra de traductor en la UNESCO y luego, en 1953, como miembro del Comité Central del PC, coordina las actividades clandestinas en España. Se dice que cuando fue por primera vez a Madrid entró en un bar donde radiaban un partido de fútbol y le entró pánico : no entendía ni jota, ni al locutor ni a los clientes que discutían acaloradamente. Desde entonces, para que nadie descubriera su condición de agente secreto, se puso a aprender el jergón balompédico y acabó siendo un hincha de este deporte.

Entre 1957 y 1962, su labor clandestina ocupa el primer lugar. A la fuerza se ha de encerrar en su casa de Concepción Bahamonde n° 5. Aislado de sus camaradas, no ve mejor actividad que la de escribir sus experiencias en Buchenwald. En 1964 comienzan a salir sus primeros libros, entre ellos El largo viaje. Relato de su deportación, esta novela es su obra preferida, “porque para mí es la más grave. Pone en entredicho mi memoria comunista. Antes, yo era un inocente. Creía que “el campo” significaba la expresión de la barbarie capitalista. Me di cuenta de que la barbarie se encontraba también en el totalitarismo bolchevique, en tanto que segunda vida de Buchenwald, liberado por Patton en abril y abierto de nuevo en septiembre de 1945 por los soviéticos para encerrar a sus opositores”.

Fernando Claudín y Jorge Semprún, fueron expulsados del PCE en 1964 por Pasionaria y Carrillo. Constituyó un gran dolor para ambos, pero Semprún ya lo veía venir : “Cuando hice mi primer viaje a la Unión Soviética (…) bruscamente se me hizo visible el carácter arcaico, opresivo, jerarquizado, fosilizado, de la sociedad surgida de la sangrienta historia del bolchevismo”.

Por estar en medios culturales similares (él en la UNESCO, yo en Radio Francia), tuve la suerte de conocerle. Un día nos dio cita, a José María Berzosa y a mí, para hablarnos de un proyecto de película que pensaba realizar. Mientras tanto Yves Montand, que sería el protagonista, negociaba con Alain Resnais, el inmenso director de “Nuit et brouillard”. Así quedamos fuera de juego Berzosa y yo, en gran beneficio de los espectadores. De todas formas quedamos buenos amigos. Cuando se estrenó en España la serie televisiva “Holocausto”, lo entrevisté para la revista Triunfo. Meses después, le recomendé a un periodista yugoslavo. “Vengo de parte de Ramón Chao… ¡Ah, sí ! Del gallego sutil…” Cuando lo volví a ver le reproché su pleonasmo : “Jorge, ¿has conocido a algún gallego que no fuera sutil ?”.

En julio de 1988, Felipe González le propuso ser ministro de Cultura. Después de mucho pensarlo, y ante el estupor de sus amigos políticos, Jorge decidió aceptar : “Siempre hay elementos personales en una decisión, y el deseo de volver es el más importante. Pero no acepto sólo por eso, sin embargo. Me digo : ‘Bueno, he estado haciendo política y libros, y en ese vaivén entre ambas cosas, tenía ganas de ver si ya se podían cambiar algunas cosas’. Yo estoy de acuerdo con el proyecto digamos socialdemócrata de gestión de la última etapa de la democracia en España. Pero hay cosas en las que, si no estoy de acuerdo, creo que es mejor intentarlas desde el gobierno que criticarlas desde fuera’”.

Los acontecimientos que se producen durante los tres años de Semprún en el Gobierno tendrán una dimensión histórica muy especial. El año 1988 se cierra con la huelga general del 14 de diciembre, el 14-D, que abre una sima entre el Partido Socialista y su tradición sindical. En noviembre de 1989, cae el “muro de Berlín”, un acontecimiento de gran impacto en la cosmovisión de la izquierda. El mes de noviembre de 1990, el PSOE celebra su XXXII Congreso, muy condicionado por las luchas intestinas entre “guerristas” y “renovadores”, entre el “aparato” y el Gobierno, con el “caso Juan Guerra” (Juan, hermano de Alfonso, vicepresidente del Gobierno que dimite el mes de enero de 1991 por actividades sospechosas del otro) y el mes de julio de ese mismo año “se despide” Jorge Semprún del Ministerio de Cultura. No escatima sus críticas y ataques al vicepresidente. Lo describe “sentado en su butaca habitual, la que le estaba reservada. Nadie hubiera pensado en utilizarla, ni siquiera en su ausencia”. Y no se anda con rodeos : “la idea que Guerra quería dar de sí mismo en las innumerables entrevistas que concedía, siempre me ha parecido insoportable. Llena de suficiencia, de megalomanía, de intelectualismo kitsch, de donjuanismo andaluz de la más vulgar especie”. Y más aún : “Alfonso Guerra hacía el papel de un “hombre de Estado” estudioso y severo. Confundía el Consejo de Ministros con alguna de las compañías de teatro universitario que había dirigido en su loca juventud”. Tampoco se calla a la hora de valorar sus capacidades en la dirección del Gobierno : “Alfonso Guerra presidía el Consejo. Y fue un desastre. No dominaba los dossiers, intervenía a trancas y barrancas, era incapaz de conducir la discusión y de hacerla progresar”. Jorge se fue después de lograr la colección Thyssen para Madrid, junto con las visitas de Isabel II y Raísa Gorbachova al Museo del Prado y muchas críticas de los profesionales del cine. Regresa a París, donde su aura literaria continúa en lo más alto.

Él sigue en su viraje neoliberal, puesto de relieve, una vez más, cuando aplaudió el nombramiento de Juan Carlos como heredero de la Corona española : “Estoy convencido de que la monarquía parlamentaria, vistas las circunstancias históricas, es hoy día el mejor sistema posible para garantizar la democracia, la mejor forma de desarrollo de la res pública”. 

Pese a nuestras divergencias políticas, nos seguíamos viendo a menudo y con gusto, en el Instituto Cervantes. Un día que lo sentí muy preocupado por la muerte, le expliqué : “Jorge, Esquilo decía que no hay anciano que no pueda vivir un año más, ni mozo que no pueda morir al día siguiente”. “A ver, repítelo, que lo apunto”. Otra vez lo agarré por la solapa y le dije : “Jorge, tengo que confesarte una cosa”. ¿Qué ?, respondió intrigado. “¡Que te quiero mucho” ! Se echó a reír.

Sabíamos, por amigos íntimos, que deseaba ser enterrado en el pequeño cementerio de Biriatou, en el País Vasco francés “con mi cuerpo envuelto en la bandera tricolor –rojo, gualda, morado– de la República” que simbolizaría “la fidelidad al exilio” y a su dolor. Esta figura tan relevante en la literatura como en la política españolas, falleció en París a los 87 años.





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