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Carta desde El Cairo

dimanche 3 décembre 2017   |   Tom Stevenson
Lecture .

El distrito de Mohandiseen, en el oeste de El Cairo, se encuentra dividido por un largo bulevar conocido como calle Gamaat ad-Dowal al-Arabiya, a lo largo del cual se alinean tiendas y caros cafés. Mohandiseen es un prestigioso barrio según los estándares cairotas y goza de popularidad entre los egipcios pudientes y los turistas del Golfo, pero si avanzas durante un buen rato en dirección oeste a lo largo de la Gamaat ad-Dowal al-Arabiya, llegarás hasta un muro, detrás del cual se encuentra una de las zonas más pobres de Egipto. El muro que separa Mohandiseen de Bulaq ad-Dakrour fue erigido originariamente para rodear una línea ferroviaria, pero también protege a los ricos de tener que ver el extenso suburbio junto al que viven.

Para llegar a pie hasta Bulaq ad-Dakrour, hay que atravesar una estrecha pasarela oxidada que se balancea cuando pasan por debajo los trenes que transportan carbón hacia el sur. Conforme uno se adentra en el suburbio crece el contraste, pero incluso en la periferia resulta sorprendente la diferencia. Primero van desapareciendo los coches ; a continuación, las calles asfaltadas, lo que da paso a una especie de barro compuesto por polvo y bolsas de plástico. En el mercado del extremo norte del suburbio, jaurías de perros famélicos que son incluso más pequeños que sus primos del centro cairota buscan sobras. Aquí se vive en unas condiciones de mucha pobreza. Edificios en ruinas construidos con horrendos ladrillos grises y algo de mortero se apiñan en hileras, unos tras otros, hasta donde alcanza la vista. Dentro, las calles totalmente rectas tienen solo dos o tres metros de anchura y están pobladas de niños que visten ropa deportiva vieja o harapos. Las estrechas callejuelas que serpentean por la mitad este del suburbio son tan largas que los elevados bloques de aspecto abandonado parecen cerrarse sobre ellas como túneles.

Generalmente, los residentes en el centro de El Cairo apenas son conscientes de lugares como Bulaq ad-Dakrour (a pesar de que aproximadamente la mitad de la población de esta ciudad vive en ellos), pues los suburbios de la ciudad se encuentran en los confines de la extensión urbana o, cuando no, escondidos. Quienes viven en los distritos centrales tienen sus propios problemas. Desde que el Gobierno egipcio, dirigido por militares, firmara un contrato de préstamo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en noviembre de 2016, todos menos los muy ricos se han visto presionados hasta límites insospechados. La combinación de la fluctuación de la moneda y el recorte de los subsidios estatales exigido por el FMI ha provocado que todos los precios, desde la comida hasta la electricidad, se hayan cuando menos duplicado, llegando a triplicarse, mientras que los ingresos no se han incrementado.

Sin duda, los más afectados son los más pobres y los residentes de los suburbios, pero incluso los profesionales liberales experimentan dificultades. Hace ya más de cuatro años del golpe militar con el que el general Abdel Fatah al Sisi alcanzó el poder. Mientras que en 2013 muchos celebraron la destitución del presidente Mohamed Morsi, proveniente de los Hermanos Musulmanes, en la actualidad se está agotando la paciencia. Bulaq ad-Dakrour, por todas sus carencias, está relativamente libre de la autoritaria presencia del Estado militar, tan prominente en el centro de la ciudad. Los suburbios se organizan en su mayoría por sí mismos y, aunque las estrechas calles embarradas cuentan con su justa proporción de informadores de la Policía, los elementos más represivos del aparato de seguridad del Gobierno egipcio –los servicios de inteligencia, los matones de las unidades policiales especiales y fuerzas paramilitares– casi nunca acuden allí. Por el contrario, las principales intersecciones y plazas del centro de El Cairo exhiben las señales externas del control de la junta militar con puestos de control policiales permanentes y ubicuos.

En la plaza Tahrir, donde se reunieron jóvenes manifestantes y forzaron la dimisión del presidente Hosni Mubarak en enero de 2011, ya no quedan señales residuales del pasado fervor revolucionario. La estructura calcinada de la sede del Partido Nacional Demorático, el partido de Mubarak, que solía considerarse como un monumento al levantamiento ha sido derribada y el solar permanece vacío. La plaza Tahrir es objeto de dos cuestiones inmutables en la vida de los cairotas. La primera –“¿está Sadat abierta ?”– refleja la tendencia de las autoridades a cerrar la estación de metro situada debajo de la plaza Tahrir (denominada así por el tercer presidente de Egipto, Anward Sadat) como respuesta a cualquier disturbio. Los egipcios bromean con que si hay una disputa a doscientos kilómetros, en Alejandría, el Gobierno cerrará también la estación de Sadat. La segunda pregunta inmutable –“¿Van a cerrar pronto el Mogamma ?”– se refiere al principal punto de referencia de Tahrir, el Mogamma, un descomunal centro administrativo marrón que sobresale en la plaza. El Mogamma es casi una ciudad en sí por las oficinas y los pasillos laberínticos en los que el visitante acaba perdido de forma inevitable. Universalmente se ve el edificio como una pesadilla burocrática y un símbolo de los defectos del Estado egipcio. Al menos durante los últimos quince años según la memoria colectiva de mis conocidos, ha existido un proyecto, siempre inminente pero que nunca se ha puesto en marcha, para cerrar el Mogamma y dispersar a los oficiales que trabajan en él por oficinas separadas.

En estos últimos meses se ha iniciado la precampaña para la reelección del general Al Sisi, aunque uno no podría advertirlo por el aspecto de las calles. Hace tres años, cuando Al Sisi fue elegido por primera vez como presidente con el 97% de los votos, casi no quedaba ningún muro en el centro que no estuviera recubierto con un cartel del rostro del mariscal. Las elecciones en sí no tendrán lugar hasta la próxima primavera (están previstas para mayo de 2018), pero aún no he visto ni un cartel, póster o folleto con el eslogan para la campaña electoral, Alashan Tbneeha (“Construyamos”). Parte de la tradicional selección de aduladores en el Parlamento y en las cadenas de televisión estatales han manifestado su apoyo a la campaña, pero no ha habido fanfarria. “Como de costumbre, habrá un partido de fútbol con solo un equipo jugando, pero esta vez nadie sabe ni siquiera dónde tendrá lugar el partido”, comentaba un joven egipcio con el típico estilo seco que les caracteriza. Hasta hace poco había rumores creíbles de que algunas personalidades del Gobierno querían cancelar las elecciones y que se ampliara dos años el mandato de Al Sisi mediante un decreto especial, lo que probablemente signifique que al régimen le preocupan las pequeñas aperturas a la crítica que representarían unas elecciones, a pesar de que estas estarían controladas de cerca y tendrían un resultado previsible. Cuando le pregunté a un veterano activista por los derecho humanos qué pensaba sobre la visible falta de una precampaña pública, no se mostró sorprendido. “Saben que esta vez, si pegan carteles al alcance de la mano, serán profanados”.

La popular banda de rock Cairokee ha capturado algo del malestar general en un reciente álbum repleto de desaires directos que apuntan a las autoridades. “Este país se ha convertido en un circo... la gente camina como zombis por las calles. El mundo a nuestro alrededor avanza y nosotros estamos atascados en la Edad de Piedra”, reza la letra de Dinosaur, un tema particularmente crítico. El narrador de la canción despierta a la Gran Esfinge para contarle la lamentable situación provocada por los actuales dirigentes en Egipto, provocándole un infarto. “La misma decepción, la misma corrupción, los mismos idiotas e imbéciles viviendo a nuestra costa”, prosigue la canción. Resulta sencillo vislumbrar el origen de la cólera. Aparte del aumento del coste de la vida, innumerables jóvenes han sido encarcelados durante los últimos cuatro años y la tortura es algo absolutamente endémico en el leviatán sistema carcelario. Egipto se ha situado como uno de los primeros países del mundo en términos de ejecuciones practicadas (en 2016, los tribunales dictaron más penas de muerte que Arabia Saudí). La Policía de la Seguridad Nacional hace desaparecer, simplemente, a cada vez más gente en ejecuciones extrajudiciales. Nada de esto parece haber repercutido en el apoyo con el que cuenta Al Sisi por parte de los Gobiernos de Europa Occidental y de Estados Unidos.

De las aproximadamente doce marchas originales organizadas para desencadenar la sublevación contra Mubarak el 25 de enero de 2011, solo una llegó hasta la plaza Tahrir : la única que comenzó en el suburbio de Bulaq ad-Dakrour. Esta parte de la protesta no se había promovido en las redes sociales (a las cuales se les otorgó un absurdo nivel de mérito en la prensa internacional durante las revueltas) y la Policía no pudo sofocarla. No sorprende que la idea de derrocar al presidente atrajera a personas que viven en semejantes circunstancias miserables. Las mismas condiciones que condujeron a las sublevaciones de 2011 se encuentran presentes con el Gobierno de Al Sisi, tanto en los suburbios como fuera de ellos. No obstante, la situación es incomparablemente peor en todos los aspectos. El Estado es también más represivo ahora y el mismo tipo de protestas callejeras masivas sería casi imposible. Lo cual no significa que hayan desaparecido los problemas fundamentales. <

 

NOTAS :

Este texto fue publicado en Le Monde diplomatique, edición alemana, en noviembre de 2017.





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